Camping Villa Mascardi
28 de diciembre de 2008:
A las 08:00 salí de la bolsa de dormir, después de haber descansado muy profundamente. Recuperado, armé todo y me fui a desayunar (servicio incluido si ocupas un dormi). El desayuno era abundante y muy rico. Cargué agua caliente para el mate y retomé mi viaje, previa despedida de la gente que tan bien me atendió durante mi breve pero copada estadía.
Tomé la Ruta Nacional 40, crucé el puente que pasa sobre el arroyo Guglielmo. A los pocos kilómetros pasé a una pareja de europeos que viajaban con su hijo. Tenían unas bicis con unos portaequipajes muy grandes. Uno de ellos era como una habitación para el chico (tenía una leyenda enorme que rezaba “NIÑO”) y llevaban arrastrando una bici para el nene. Pese a la carga iban a un muy buen ritmo. Saludos y seguí adelante.
A las 08:00 salí de la bolsa de dormir, después de haber descansado muy profundamente. Recuperado, armé todo y me fui a desayunar (servicio incluido si ocupas un dormi). El desayuno era abundante y muy rico. Cargué agua caliente para el mate y retomé mi viaje, previa despedida de la gente que tan bien me atendió durante mi breve pero copada estadía.
Tomé la Ruta Nacional 40, crucé el puente que pasa sobre el arroyo Guglielmo. A los pocos kilómetros pasé a una pareja de europeos que viajaban con su hijo. Tenían unas bicis con unos portaequipajes muy grandes. Uno de ellos era como una habitación para el chico (tenía una leyenda enorme que rezaba “NIÑO”) y llevaban arrastrando una bici para el nene. Pese a la carga iban a un muy buen ritmo. Saludos y seguí adelante.
El tiempo estaba bueno, no hacía calor ya que era temprano (Imprescindible salir con protector solar en la piel). En algunos tramos de la ruta, que estaban bajo la sombra de un barranco o árboles, se sentía bastante frío. El viento que soplaba lo hacía felizmente a favor y me ayudó para encarar una larga subida hasta llegar al Cañadón de la Mosca.
El Cañadón de la Mosca es como un Disneylandia para el ciclista. Larga bajada con giros interesantes. Levantas 50 km/h sin pedalear y llegas a picos de más de 60 km/h. Es emocionante y muy divertido.
Claro que en la Cordillera es de aplicación una regla infalible: todo lo que baja sube y todo lo que sube baja. Terminada la diversión proporcionada por la bajada tipo montaña rusa y luego de pasar el paraje llamado “El Manso” por donde pasa el río homónimo, lugar donde termina el Parque Nacional Nahuel Huapi (KM 1970 de la RN 40), empieza una trepada mortal de casi 10 kilómetros hasta la localidad de El Foyel.
Llegué con la lengua afuera a El Foyel a eso de las 11:40 hs. Paré en un kiosco a tomar un agua mineral y comer algo de mis propias provisiones (llevaba un mix de frutas secas, barras de cereal, chocolates, pistachos salados). Mientras estaba tomando el agua fui armando el mate y en ese momento pasó el primer cicloturista con el que me crucé. El flaco viajaba solo y pasó silbando con la mejor onda. Saludó y siguió su camino con destino hacia la trepada del Cañadón y con viento en contra. Ánimo amigo!
Mientras descansaba en El Foyel (KM 1961 de la RN 40) me puse a reflexionar acerca de ciertas actitudes de conductores con los que me crucé en el camino durante la mañana. Más allá de las personas que pasan a mil por hora (Me pregunto si a esa velocidad disfrutan del paisaje, si advierten la presencia de las decenas de cursos de agua que en forma de cascadas descienden al lado de la ruta. Quizás todos lleven a familiares enfermos hasta el hospital más cercano, pero sería mucha casualidad que haya tanta gente cubriendo emergencias. Otros parecen emular a los participantes de carreras de rally, sin tener la experiencia ni los autos para hacerlo), ser testigo de los típicos modos de la gran familia argentina te tira para abajo un cacho. Antes del Cañadón un flaco paró el auto para sacar fotos y para tener un mejor angular subió a un promontorio mientras su mujer hacía unos comentarios desagradables (no estaba contenta de estar ahí indudablemente) delante de la hija de ambos. En el kiosco de El Foyel paró un auto que frenó violentamente y del que bajó una familia entera. Los padres a las puteadas con los pibes que iban atrás (idiota, estúpido, pelotudo, entre otros calificativos). Pese al trato los pibes se hicieron acreedores de una pepsi y galletitas Merengadas. Qué tal sería cambiar los tantos: agua mineral y galletas menos pretensiosas y evitar las agresiones. No hay equilibrio ni siquiera con el marco de un paisaje tan conmovedor como el que ofrece la naturaleza que circunda a la localidad de El Foyel.
Antes de irme del lugar vi a unos motociclistas que recorren las rutas en unas motos impresionantes (generalmente marca BMW), súper equipadas. Volví a cruzarme con motociclistas similares en varias partes del recorrido, incluso algunos circulan con vehículos de apoyo.
Salí de El Foyel con las pilas recargadas. Salvo algunas subidas el tramo hasta el río Foyel ofrece bajadas muy copadas. Sobre el río (KM 1951 de la RN 40) hay un puente que ofrece un paisaje hermoso. Bajé hasta el lecho para refrescarme (no daba para bañarse ya que el agua era extremadamente fría) mojándome la cabeza.
Después del puente empieza una subida re larga y casi demencial. La sufrí mal. En un momento paro a descansar y noté que estaba haciendo las cosas más difíciles por culpa mía: estaba pateando con el plato más grande!!! Se ve que el agua fría del río Foyel atenuó el rendimiento de mis neuronas. Más allá de mi error las subidas en ese tramo son grandes y pronunciadas pero se pueden superar viajando tranquilo.
Después de más de 10 kilómetros de subidas aparece una bajada muy copada que te deposita en la bellísima Cascada de la Virgen (KM 1935 de la RN40). Parada muy oportuna para agradecer a la Virgen de la Merced de haberme protegido del maldito tránsito (antes de llegar a la Cascada, un tarado me pasó muy finito por mi izquierda pese a que yo iba bien tirado a la derecha sobre la línea blanca y, en otra oportunidad, un camión chileno –casi todos los camiones que circulan por la ruta 40 son chilenos- venía sobrepasando por la mano contraria y ni siquiera me vio, lo que me obligó a tirarme a la banquina preventivamente). La Cascada es hermosa, son dos saltos que caen desde una altura asombrosa. El agua es de manantial y, en efecto, es usada por los pobladores cercanos para abastecerse de agua para beber. Al pie de la cascada hay una imagen de la virgen de la Merced y un Vía Crucis. El agua de la cascada va a parar al arroyo Los Repollos, que va en paralelo a la ruta 40 hasta casi la localidad de El Bolsón.
La Cascada de la Virgen y todo su entorno son emocionante. Las muestras de fe de la gente son conmovedoras: promesas, agradecimientos. No soy practicante pero las manifestaciones de fe de la gente –de la religión que sea-, a mi modo de ver, son una forma de proyectarse a futuro, apostar para adelante. No creo que las religiones y credos sean necesariamente paralizantes.
El Paisaje a lo largo de todo el trayecto es de una belleza indescriptible. Ni siquiera las fotos logran captar lo que tus ojos ven.
La subida que tuve que afrontar después del río Foyel –agravada por un viento cruzado- me dejó una molestia punzante en la rodilla derecha (la mantuve por tres días). Por otro lado, las zapatillas con trabas (que tienen una marcada rigidez) son geniales para encarar subidas, pero en los largos tramos, al impedir mover los pies, estos se te adormecen lo que genera una extraña sensación de cosquilleo. Eso te obliga a tener que hacer movimientos imaginando que tocas un piano con las patas para reanimar la circulación en los extremos de los pies. Otra cosa que hay que tener en cuenta es que lo recorrido por la pampa no puede ser referente para lo que hay que pedalear en la Cordillera. Podes hacer 100 kms en la llanura bonaerense que son equivalentes a 20 kms en estos caminos de montaña.
Con cansancio a cuestas, a eso de las 15:30 hs llegué a El Bolsón (KM 1915 de la RN 40). Entré al pueblo y de movida no tuve una buena sensación. Era algo parecido a Mar de las Pampas o a Pinamar. Todo muy impostado y comercial. Mucha gente, flacos con mala facha. Los restaurantes con carteles súper promocionales. Poco honesto. Quien grita (al menos publicitariamente) no dice necesariamente la verdad.
En la Oficina de Turismo me tiraron data pero no me fui muy convencido. Una chica vino a hablar y le pareció copado esto de viajar en bici. Todo muy copado hasta que llegó el novio con unos amigos y con mala onda se fueron. Nada podía terminar bien en esa hermosa pero cuasi prostituida localidad.
El ambiente no me gustó. Mochileros vestidos sin espontaneidad alguna al hippie style (los chicos y chicas locales se visten como en los barrios de Buenos Aires!!!) y algunos tipos grandes disfrazados con sus hijos pequeños esperando que les tiren las sobras del sistema al que dicen haber renunciado. Todo muy confuso. Era la hora de partir.
Mientras me disponía a rajar de El Bolsón vi que despegaba un avión de una pista cercana, y además empezaron a escucharse sirenas de autobombas. Levanté la vista y vi una columna de humo provocada por un incendio al sur de El Bolsón, en el barrio que se conoce como “Villa Turística”. Resultó que el avión que iba y venía de El Bolsón era un avión hidrante que estaba atacando el foco del incendio.
Antes de irme me compré unas milanesas a la napolitana en la rotisería del supermercado La Anónima (mercado líder en la Patagonia) y cuando me disponía a comerlas, se acercó un flaco a pedirme el inflador de la bici y entabló una charla un tanto desequilibrada ya que tenía más preguntas hacia mi persona que otra cosa. Además empezó con un relato de pálidas y concluyó haciéndome preguntas laborales (ya que le había dicho que soy abogado) lo cual colmó mi paciencia. El flaco me confirmó que lo de los artesanos es una pantalla y un negocio redituable que está en manos de unos pocos vivos que son capaces de mandarles la cana o salir a cagar a palos a cualquiera que intente venir a poner a la venta sus artesanías realizadas honestamente.
La mila me cayó para el traste y fue la señal definitoria para dejar la localidad que, en otros tiempos, fue un faro para quienes buscaban paz.
La subida que encaré a la salida de El Bolsón fue dura, no solo por el calor, la extensión y pendiente de la misma, sino por el sabor amargo que me dejó El Bolsón. El ánimo lo tenía por el piso (es normal por el esfuerzo y se potencia cuando estas cansado) y se me vino a la cabeza terminar el viaje en Esquel y al carajo con todo.
Por suerte llegué al límite de la provincia de Chubut y arrancó una reconfortante bajada. Es de no creer pero cuando salí de El Bolsón, es como que la onda cambió para bien. Puede parecer medio loco pero hay lugares que tienen una energía diferente que te pueden levantar. Pasé por una hermosa localidad que se llama Las Golondrinas, lleno de chacras que producen orgánicamente distintos productos. Esta justo en el paralelo 42 y es una zona excelente para los emprendimientos relacionados con la tierra.
La bajada, que hizo que levante velocidades cercanas a los 55 km/h, me dejó en las puertas de un pueblo espectacular y con una onda genial: El Hoyo.
Fui a la oficina de Turismo que se encuentra a la entrada del pueblo (Aclaración: todas las localidades de la Provincia de Chubut –salvo las de la meseta central- cuentan con oficinas de informes muy completas, con personas del lugar que te saben informar y que conocen el lugar en el que viven. En aquellas localidades que no disponen oficinas de turismo vas a encontrarte con gente que estará súper dispuesta a charlar e informarte sobre el lugar) y me atendieron re bien. Llamaron a distintos lugares para preguntar precios y disponibilidad. No había mucha diferencia de precio entre una habitación en una hostería y un dormi en un camping.
Re honestos los chicos que atendían la oficina, tienen el cuidado de no recomendarte un lugar en particular.
El Hoyo es la puerta de entrada para lo que en la Provincia de Chubut han dado en conocer como la “Ruta del buen Vivir”, un recorrido por establecimientos familiares que trabajan de forma orgánica y en los que atienden a visitantes que quieran conocer cómo nacen, crecen y se procesan los frutos de la tierra. De esa ruta participan varias localidades de la comarca andina (Tecka, Carrenleufú, Trevelin, Esquel, Cholila, Lago Puelo, El Bolsón, Corcovado, Epuyén, El Maitén, Esquel). El pueblo es muy lindo, tiene una plaza muy copada, edificios públicos muy cuidados y flores por todos lados. Lo atraviesa un arroyo que se llama La Catarata y es muy piola. Las chacras que rodean al pueblo son establecimientos productivos auténticos y en los que se trabaja de sol a sol todos los días.
El Hoyo es la Capital Nacional de la Fruta Fina y el 8 de enero se celebra la fiesta anual (iba a estar tocando Divididos). Se producen cerezas, moras, frutillas, arándanos, rosa mosqueta, frambuesas, entre otras. Los precios de esas frutas son muy accesibles (un kilo de cerezas espectaculares me salió $5) y es común ver productores que recorren el pueblo con la caja de su camioneta llena de frutas y verduras ofreciéndolas a los vecinos a precios imposibles en Buenos Aires.
La tarde estaba espectacular, sin viento.
Tras haberme perdido por el pueble, llegué a la hostería, un lugar muy lindo, con unos jardines llenos de flores y dos perros re copados que vinieron a recibirme ni bien caí con la bici y con una mugre convocante para cualquier animal o alimaña amiga de los aromas pronunciados (tal es así que tenía miedo que me orinen las patas). El establecimiento se llama “La Hostería de Frida” y su dueña, se llama, casualmente, Frida. La habitación que me tocó era un verdadero departamento con un piso superior en el que estaba la cama y tenía una vista espectacular a las montañas.
Dentro de la hostería funciona un almacén orgánico y naturista muy completo en el que pude comprar varias cosas antes de proseguir el viaje. Cuando llegué, y sin que se lo pida y menos aún se lo insinúe, la dueña me dejó la habitación a $20 menos del precio de lista. Muy buena onda. Me tomé unos mates en el jardín de la casa, en el marco de un atardecer espectacular, casi casi irrepetible, con una temperatura ideal, aromas a plantas silvestres y una brisa reparadora. En ese momento decidí que ese era el lugar para quedarme un par de noches.
Había energía y me olvidé de esa idea de terminar mi viaje antes de lo previsto. El aire, la gente, los perros, los pájaros, las plantas son un combustible para el ser humano. La capté y estaba a full, con la mejor onda.
Parece que los pobladores quieren conservar la calificación de “aldea rural” ya que han rechazado la instalación de countries y barrios cerrados (uno se pregunta para qué alguien quisiera tener una parcela cerrada en un lugar como este???) y es un pueblo –al igual que otros de la comarca- que está en pie de guerra contra cualquier intento de instalación de minas. Al igual que en otros pueblos del sur, la causa Malvinas está presente y no se olvida: stickers en los autos, banderas, carteles en las casas, entre otras señales.
Resulta que en El Hoyo –y el resto de la zona cordillerana- son las 22.00 hs y parecen las siete y media de la tarde. Oscurece re tarde. Se entiende por qué no quisieron adelantar la hora en esta zona. En Buenos Aires está todo bien pero si hubiesen aplicado la medida en estos lares, se haría de noche recién a las 23.00 hs. No da.
Ya arranqué a leer mi segundo libro: El Cineasta y La Partera de Jorge Asís, un libro espectacular, confirmatorio de que ese autor es un capo –al menos como escritor-.
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