09 de enero de 2009:
El plan era salir temprano para evitar que me agarre el calor en medio de la ruta y, menos aún en la empinada subida que te saca de la Villa.
A las 07:00 hs ya estaba saludando al dueño de la hostería y salí con todo para la subida. No había nadie en la calle y parecía que todo el pueblo dormía (bien que hacían!!!).
El día estaba espectacular, ni una sola nube, pintaba fantástico pero todo se fue al bombo más tarde.
Con los cambios apropiados salí al acceso a la ruta, y paré a ver si quedaba algún resto de la estación en la que bajaban el cemento de los trenes, pero solo se ven algunos cimientos y –lo que resulta muy peligroso- unas aberturas en el piso en la que puede caer alguien que camine descuidado por la zona.
En el acceso todo bien, 25 km/h sin calor. Ya en la ruta hacia Rawson y con el convencimiento de que va en bajada hacia el océano Atlántico y que el viento hacia el este no falla, agarré tranquilo mi camino.
Saliendo de Las Chapas tenes una subida importante pero nada grave. Luego viene una gran bajada (61 km/h marqué en esa pendiente) que te emociona y te hace pensar que es así –como un gran tobogán- hasta la orilla de la Playa Unión. Error.
Tras la bajada el nivel se aplana, viene una gran planicie tipo pampa, con pequeñas ondulaciones. Debe de haber una “bajada” pero para el ciclista no se nota. No podía superar los 20 km/h por más pata que le pegase, yo no sabía si el problema era que no tenía piernas suficientes o el fuerte calor que apareció desde temprano (no hay una sola sombra en esa parte). Al rato veo que el motivo del frenazo era un fortísimo viento cruzado –casi en contra- que tiró por la borda todos los pronósticos. Se puede afirmar, entonces, que en la RN 25 no siempre los vientos van hacia el mar. En tramos en los que sin viento me hubiese desplazado a 30 km/h, no podía superar los 15 y en algunas partes me tenía que contentar con avanzar a solo 11 kilómetros horarios.
Para colmo la 25 –que se angosta notablemente después de Las Chapas- va por arriba de la meseta y a tu derecha ves que a pocos kilómetros y allá abajo esta el verde valle. Uno se pregunta por qué no se puede ir por allí abajo y disfrutar de un poco más de verde en un día tan caluroso. Eso te juega en contra en lo que a “cabeza” se refiere. Cuando llegué a destino descubrí que hay interesantes caminos de ripio que conectan la Villa del Dique con las localidades del valle inferior. De haberlo sabido antes …
El calor me estaba matando así que me tomé casi toda el agua, me comí un tomate, frutas secas pero no había caso. A ese ritmo no iba a poder concluir los casi 140 km previstos en el día para llegar a Rawson. Me la pasaba parando para reponerme un poco del cansancio.
Tras pasar el acceso a la localidad de 28 de Julio llegué a la entrada de Dolavon. Allí hay una estación de servicio que me salvó. Pude comprar algo frío. Mientras descansaba unos muchachos que están trabajando con un camión repartidor de hielo –a quienes me los había cruzado a la mañana en el acceso al Dique- me animaron a que siga hasta Rawson minimizando lo que quedaba por recorrer. Pese a la buena onda suspendí la idea de llegar a Rawson por la tarde y la verdad es que no me equivoqué ya que un rato después pude parar en Gaiman para quedarme hasta el día siguiente y así pude conocer uno de los lugares más interesantes del viaje.
Llegué a Gaiman después del mediodía en un estado lamentable. Fueron 112 km. En el último tramo el viento era insoportable. Lo primero que hice fue tomarme un litro y medio de Sprite (no soy experto en gaseosas pero la Sprite del Sur, la que envasan en Trelew, tiene menos gas que la que a veces consumo en Buenos Aires y es infinitamente más bebible, sin ese dolor en la garganta que produce el exceso de burbujas).
En la oficina de turismo fui muy bien atendido refiriéndome no solo qué lugares podía conocer sino también donde alojarme.
Lo primero que fui a visitar, antes de decidir si finalmente me iba a quedar en Gaiman, fue el viejo túnel del FFCC, el que hoy puede ser transitado a pie o en bicicleta con ayuda de una linterna.
Imperdible es el Museo Regional de Gaiman, que funciona en el viejo edificio de la estación de trenes. El edificio se conserva impecable y el material que guardan en el museo es impresionante. Poseen valioso material documental y los chicos que trabajan allí son de primera. Tan pero tan bien me atendieron que ante mi estado penoso me convidaron unos mates que me pusieron para arriba en apenas unos minutos. Compré algunos libros sobre la historia de la región (no compré otros que eran más grandes ya que por su peso quería comprarlos en la última parada atento no poder cargarlos en las alforjas).
Cuando salí del museo decidí finalmente dormir en Gaiman por dos motivos: 1) Estaba reventado y 2) El pueblo tiene mucho para conocer.
En la salida del museo me encontré con dos cicloturistas de Seattle – USA, quienes terminaron parando en el mismo hotel al que fui a pasar la noche. El hotel se llama Unelem y es atendido por la familia de los dueños. Es un edificio muy viejo y se encuentra muy bien ubicado cerca de la plaza principal de Gaiman.
Salí a caminar por el pueblo y hablando con gente del lugar me pusieron al tanto de que el viento que me había tocado padecer es del Noreste y siempre trae lluvia.
Visité todos los puntos de interés de la colonia Galesa (Colegio Camwy, la primera casa, Capillas, el edificio de la Compañía Unida de Irrigación –bajo cuya estructura pasa el canal de riego-, entre otras). Se destaca la plaza, atravesada por canales de riego y con muchos árboles y plantas muy bien cuidadas. Cada edificio tiene su historia y gracias a un mapa, que me dieron los chicos del museo regional, con una pequeña reseña histórica de cada lugar puede conocer muchas cosas.
Por la noche cené una poderosa milanesa napolitana con ensalada en un lugar muy bueno que se llama “Como en Casa” y me fui a dormir.
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