04 de enero de 2009:
Me levanté bien temprano, desayuné, charla de despedida con la Sra. Anabel, titular del establecimiento y partí con destino a Tecka.
Jamás pensé que ese iba a ser uno de los días más sorprendentes del viaje. Yo había decidido ir a Tecka por la Ruta Provincial N°34 (la alternativa es ir hasta Esquel por asfalto -26 km- y ahí agarrar la ruta nacional 40 y arriesgarse a morir atropellado). De acuerdo a los mapas esa senda no figura como ruta consolidada de ripio, sino como “camino” o “huella”. Además en el mapa vos ves una línea que te deposita en la Ruta Nacional N°40 a unos 30 km de Tecka. Pero esas líneas no dan cuenta de que el camino es en gran parte una huella, atravesada en reiteradas oportunidades por tranqueras y vados, una senda que obliga a encarar grandes subidas y que tenés que superar dos importantes cordones montañosos. Adelanto que los paisajes son de una belleza cautivante, IMPRESIONANTES.
Por eso siempre es bueno tener referencias previas de gente que haya recorrido, de ser posible en bicicleta, el mismo camino y por lo menos que te canten la justa. El camino en si no es difícil pero no te cruzas con persona alguna (en los 75 kilómetros no vi a un solo ser humano, ni en el camino, ni en los alrededores, ni arriba de un auto o cualquier medio de transporte –incluidos globos, aviones o helicópteros-) y salvo la posibilidad de tomar agua de algunas vertientes que surgen de la montaña, no existen lugares donde reponer las reservas de líquido.
Yo nunca encaré una etapa sin suficientes reservas de líquido. Siempre salía con seis litros de agua / jugo (tipo mocoretá u otras marcas para diluir) por lo menos. Nunca los tomé de forma completa pero más vale prevenir.
A las 08:15 hs salí de Trevelin y agarré la ruta 34, pasé por la Escuela N°18 que ya había visitado y llegué a la famosa “Piedra Holdich”. La piedra es una roca de granito grabada por encargo del Perito Francisco Pascasio Moreno con una leyenda (“En honor de la visita de Sir T. H. Holdich 1-5-1902”) en homenaje a la visita de Sir TH Holdich, delegado arbitral del rey Eduardo VII.
Un poco de historia acerca de por qué “La Huella de los Rifleros”, veamos: Cuando llegas a Trevelin o pasas por Esquel ves que el nombre “Fontana” esta por todos lados (plazas, avenidas, monumentos, incluso un lago). “Fontana” fue el Comandante Luis Jorge Fontana, destacado militar en la Guerra del Chaco y primer gobernador del, en ese entonces, territorio nacional del Chubut. Según el interesante libro titulado “Retratos de la Cordillera. Vivir en los Valles Andinos del Chubut” del Lic. Jorge Fiori, Gustavo De Vera y el Arq. Fernando López Guzmán, de excelente edición (editado por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Trevelin), imprescindible su compra para todo aquel que visite la zona, la precordillera era un “muro infranqueable” para los colonos del Chubut que se habían asentado en el valle inferior del río homónimo. Los tehuelches habían referido a los colonos galeses, con quienes mantenían una excelente relación, la existencia de valles fértiles al pie de las montañas del oeste de la provincia. En 1865 los colonos persuadieron a Fontana de formar una compañía y explorar la zona.
El Gobernador partió el 16 de octubre de 1885, al mando de treinta colonos, todos civiles, de distintos orígenes (argentinos, galeses, norteamericanos y alemanes), armados de rifles dados en comodato. Se los conoció como la “Compañía de Rifleros del Chubut”. Un mes más tarde llegaron al Valle Hermoso (en galés: Cwm Hybryd) o Valle 16 de Octubre donde actualmente se asienta la ciudad de Trevelin.
La Compañía pasó por lo que es actualmente la ruta 34 y por lo tanto se la conoce como “La Huella de los Rifleros”.
Anualmente habitantes de la zona se visten a la usanza de aquellos viejos tiempos y recrean la gesta de los “rifleros”. El capo que me atendió muy amablemente en la Escuela N°18 es quien representa –vestido con uniforme militar de la época- a Luis Jorge Fontana. Incluso me contaron que hace pocos meses atrás se filmó en distintas locaciones de la provincia y con participación de los pobladores de la zona una película acerca de la vida de tan singular personaje. Fontana era de esas personas que, además de ser militares, poseían conocimientos variados –geografía, cartografía, etc.- y eran titulares de un bagaje cultural llamativo para esos tiempos sin grandes bibliotecas, internet u otros medios. Fue también autor de más de una docena de obras y naturalista. Fontana también anduvo por Jujuy, Formosa, Chaco y en todos lados dejó su huella. El film, dirigido por el reconocido director Juan Bautista Stagnaro y protagonizado por Guillermo Pfening se estrenaría en los primeros meses de 2009.
Volviendo a la huella …
Al poco tiempo la ruta se angostó y empezaron las subidas. Una de ellas muy grosa, a nivel de las grandes atravesadas al salir de Bariloche, pero con una salvedad: este era un camino rústico y los mismos siguen la evolución de la geografía y por lo tanto toman pendientes muy pronunciadas. No es como en las rutas asfaltadas donde los ingenieros viales planifican “cortes” en las montañas, diseño de giros o elevaciones más suaves. Como no me quería “quemar” las piernas y no sabía la que me esperaba, en las partes más jodidas me bajé de la bici la llevé caminando por unos doscientos metros (hice negocio). En algunas partes de la senda el ripio estaba muy flojo y asomaban algunas piedras que bien me podrían haber partido la rueda y en el mejor de los casos cortado las cubiertas.
Pasé los arroyos Nahuel Pan y el río Corinto y tras una nueva trepada sentí que había hecho 80 kilómetros pero en realidad habían sido solamente 30!!! El camino se torna muy agreste. Cada tanto se cruzaba alguna liebre, caballos, vacas y algunas ovejas. En esa zona abundan los “maillines” pastizales que se sustentan en terrenos medio pantanosos que se van secando a medida que avanza el verano.
Después de haber superado las subidas que vinieron después del río Corinto el terreno y el paisaje cambia: es más seco y empiezan a aparecer pastos “pampa”. Antes había pasado bajo unas torres de alta tensión que vienen de la represa de Futaleufú y tienen como destino Puerto Madryn y más precisamente la fábrica Aluar (la producción de aluminio necesita un recurso fundamental: enorme volúmenes de energía eléctrica). También pasé al lado de unos “paredones” de piedra que van paralelos a la huella que son impresionantes.
Pese a la soledad del camino hay señales que cada tanto te recuerdan que en realidad no te encuentras solo en el mundo y que formas parte de una raza que conforma la llamada “civilización”.
De pronto advertí que el camino cuenta con algunas sorpresas para el viajero novato. Venía tranquilo circulando por la huella y de pronto UNA TRANQUERA. Es tan grande la soledad e inhóspito del camino que lo primero que pensas –más allá de lo que te cante el GPS- es “me equivoqué de camino”. Por suerte la valla estaba sin candado y seguí mi camino. Luego tuve que atravesar otras dos tranqueras.
Al poco tiempo de cruzar la última tranquera llegué a una especie de planicie cruzada por vientos del oeste muy fuertes que se me cruzaban y que me obligaron a poner fuerza adicional (“huevos” en lenguaje coloquial) para poder avanzar a una velocidad más o menos aceptable (no más de 14 km/h). En esa parte no hay nada de nada, ni siquiera árboles. Ahí se me vino a la cabeza todo el rollo de que no estaba viendo a nadie desde hace rato y como que el camino no terminaba más.
En medio de esas tribulaciones mentales advertí que al frente tenía un cordón montañoso bien alto y pensé –pobre de mí- que antes de esas montañas estaba la ansiada RN 40. Miraba el GPS –que no te dice si hay montañas, solo ríos y arroyos, ningún otro accidente geográfico- y todo indicaba que faltaba poco para llegar a la 40. Ahí descubrí que la perspectiva de un habitante de la pampa húmeda no capta la real magnitud de las distancias en un terreno montañoso como el de esta parte del país. La RN 40 estaba muy atrás de esas montañas, es decir que, tenía que atravesarlas.
Nuevas subidas, pero no tan pronunciadas como la que había superado unas horas antes. Un cartel me anunció que estaba a tan sólo 51 km de Tecka. Me dio ánimo y seguí pedaleando.
Cada tanto cruzan el camino pequeños hilos de agua que sirven para refrescarse y, en caso de necesidad, cargar agua para beber. Un lugareño me dijo que para detectar si el agua es bebible es conveniente ver si los pájaros beben del curso. Otra pista para saber si se estamos ante agua sana es detectar presencia de fauna en el arroyito (renacuajos, pequeños peces –alevinos-, etc.). En uno que pasé había pájaros y renacuajos. Cargué agua pero no la tomé, solo la usé para mojarme la cabeza ya que tenía líquido envasado.
Una vez que llegué al punto más alto del camino, vi un cartel muy copado y oportuno: CAMBIO DE PENDIENTE OCEANICA ATLANTICO – PACIFICO. Es decir que de un lado del punto las aguas bajan para el océano Atlántico, mientras que para el otro corren hacia Chile.
A partir de ahí fue una gran y extensa bajada hasta la RN 40. Nuevamente te quedas con las ganas de bajar a toda velocidad ya que ves mucha piedra suelta y algunas bastante filosas (tipo lajas), y en realidad vas aplicando frenos todo el tiempo.
Tras una hora / hora y media de viaje llegué a la Ruta Nacional N°40 (KM 1576 de la RN40). Allí había un cartel que anunciaba “Huella de los Rifleros. Solo para 4 x 4 y pick up”.
Agarré la 40, asfaltada pero en muy mal estado, y fue un tramo sufrido ya que tenía un violento viento en contra –en lagunas partes era cruzado y te daba la sensación de que te volteaba- y venía con el caballo cansado por la huella de los rifleros. Los autos –para variar- te pasan a mil y se advierte la presencia de muchos camiones, la mayoría chilenos.
Paré un minuto a reponer agua en la cantimplora y seguí mi viaje hasta que la ruta sufre un desvío por tierra ya que están arreglando el asfalto. Para evitar el tráfico y tener que comerme un kilo de tierra, seguí por el camino que estaban arreglando. Algunos giros de la ruta te permiten agarrar a favor el fuerte viento y es un alivio ya que te hace avanzar solito a 30 km/h.
Tecka parecía no llegar más, pero al rato vi el río Tecka y a los pocos kilómetros divisé el centro urbano.
Tecka parecía no llegar más, pero al rato vi el río Tecka y a los pocos kilómetros divisé el centro urbano.
Fueron 105 km bastante duros, en los que no paré sino para tomar agua y sacar fotos.
El pueblo es chico. No tiene más de mil habitantes. Tiene una YPF en la que cargan combustible muchos autos y camiones que viajan por la RN 40 en ambos sentidos (cuando llegué había colas bastante largas para reabastecerse).
Entré a la estación de servicio preguntando por un lugar para dormir y me refirieron un hospedaje. Fui pero estaba cerrado ya que el edificio se encuentra alquilado a la empresa que arregla la ruta para alojar a los obreros. Un señor me dijo que en el parque municipal se puede armar la carpa pero el lugar no me convenció. Se venía la noche y no tenía donde parar. Fui a la municipalidad y estaba cerrada. En la iglesia tampoco encontré a nadie. Era domingo y estaba todo cerrado.
Ya estaba pensando en optar por una alternativa que me había sugerido Cristian Savor: armar la carpa en un terreno que esta atrás de la YPF en el que estacionan los autos de los empleados de la misma. Pero tuve el acierto de pasar antes por la Comisaría para registrarme. Por las dudas.
En el edificio policial fui atendido por el oficial a cargo, Juan Carlos, quien muy amablemente ante mi inquietud de alojamiento me invitó a parar en su casa. Allí me presentó a su esposa Cecilia. Muy copados los dos. Me armaron una cama, me convidaron unos mates con pan dulce y todo genial. Para un porteño acostumbrado a no abrir la puerta a desconocidos, la buena onda de mis amigos de Tecka me dejó impresionado. Me contaron que siempre le dan una mano a mochileros que llegan a Tecka con ganas de parar por una noche.
En Tecka hay edificios muy lindos y viejos. Se destaca en la entrada, sobre la ruta 40, un pintoresco y llamativo árbol de navidad hecho con las bases de botellas PET. También está el Mausoleo donde descansan los restos del Cacique Inacayal. Los restos del cacique fueron restituidos a su tierra en 1994, después de haber fallecido a fines del siglo XIX en la ciudad de La Plata (más precisamente en el Museo), lugar al que se trasladó a instancias del ya nombrado Perito Moreno, quien lo rescató de un regimiento en la zona del Tigre, en el que estaba sumido a la servidumbre junto a su familia.
Mientras se hacía de noche unas nubes cargadas de agua empezaron a desplazarse por el cielo indicando que el tiempo podía empeorar de un tiempo a otro.
Tras haber cenado con mis amigos Juan Carlos y Cecilia me fui a dormir.
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