jueves, 22 de enero de 2009

Sexta entrega viaje Bariloche Rawson

Atardecer en Trevelin
Té Galés


Tumba de El Malacara


Histórica Escuela N°18, la del plesbicito


Molino Andes.

02 de enero de 2009:
El desayuno que sirvieron en el hotel fue realmente muy bueno. Ni bien terminé salí con la bicicleta, pero sin las alforjas (¡¡¡la sentía como una rutera de carbono!!!), a recorrer el pueblo. Visité el museo regional Trevelin del Molino Andes. El museo fue creado en 1971, posee una importante colección de documentos y objetos representativos de los usos y costumbres de los galeses e indígenas de la región. El mismo funciona en el edificio donde funcionaba el Molino Andes, creado en 1922 y es el que le dio el nombre al pueblo (Pueblo del Molino). Aproveché para comprar algunos libros que venden en el museo.
Al mediodía tras haber picado algo me fui hasta la histórica Escuela N°18 distante a 8 kilómetros del pueblo. Los edificios están muy bien conservados pero ya no funciona como establecimiento educativo. Allí funcionó la primera escuela de la región (1895) y es donde, el 30 de abril de 1902, mediante la celebración de un plebiscito, los habitantes del Valle 16 de octubre decidieron vivir bajo la bandera argentina, sumando a nuestro país esa enorme zona que estaba en disputa con Chile. Ese suceso se conoce como el plebiscito de 1902 y fue decisivo en el proceso que concluyó con la firma de los Pactos de Mayo y el Laudo Arbitral del rey Eduardo VII de Inglaterra en noviembre de ese mismo año.
La escuela está sobre la ruta provincial 34, la que haría un par de jornadas después para llegar a Tecka. Esa ruta se conoce como la “Huella de los Rifleros”.
Los edificios escolares no son los mismos de 1902 pero son una réplica y están muy pero muy bien cuidados. Tiene mucha documentación y fotografías súper interesantes. En los jardines circundantes hay un hito limítrofe y varios trabajos artísticos en cerámica.
La vuelta de la Escuela fue dura ya que soplaba un viento en contra bastante fuerte. Mientras avanzaba vi a un señor que les acercaba unos tachos de agua a tres terribles bestias que pensé eran toros. Los bichos tenían una altura de más de dos metros y unos cuernos impresionantes. Me paré a sacarles fotos y entablé una agradable charla con el dueño de los animalitos. El hombre era un chacarero de apellido Jones y me informó que los animales en realidad eran bueyes y que eran muy mansos. De hecho estaban comiendo los frutos de un manzano silvestre y la verdad es que de verlos comer y tomar agua de sus tachos, les tomas cariño. El los usa para arrastrar alambres por el campo para sacar plantas de rosa mosqueta, para trasladar fardos de alfalfa con un carro en invierno. Parece que son muy inteligentes ya que suelen abrir tranqueras y mantienen un diálogo sin palabras con su amo.
Tras volver al pueblo me dirigí al museo Cartref Taid u “Hogar del Abuelo” en donde te atiende Cleary Evans, nieta de John Daniel Evans, dueño del Malacara, caballo memorable que le salvó la vida en la masacre en que perdieran la vida a manos de los indios sus dos compañeros -cerca de Las Plumas.
La atención es personalizada y la charla que te da Cleary Evans es muy interesante. Ella me había reconocido por haberme visto en la pizzería la noche anterior. En los hermosos jardines del museo está la tumba del Malacara –una gran roca de granito oscuro- la que reza: “Aquí yacen los restos de mi caballo El Malacara que me salvó la vida en el ataque de los indios en el Valle de los Mártires el 4.3.84 al regresarme de la cordillera. RIP. John Daniel Evans”.
Cansado por la vuelta compré unos biscochos en una panadería y me fui a dormir una siesta. A la noche como encontré todo cerrado volví a la pizzería pero esta vez me fui a la barra y sin intermediarios con la cocina me comí una pizza piola.

03 de enero de 2009:
Fue una noche difícil ya que en el jardín del hotel viven dos teros que ante el menor movimiento se ponen a gritar como locos. Por un lado me parecen copados ya que siento que de algún modo me están cuidando la bici que duerme afuera.
Además, como si no hubiese bastado con el ataque de los aguiluchos en Lago Verde, volví a tener un pequeño incidente con un animalito doméstico. Como tenía calor dejé abierta, antes de ir a dormir, la ventana de la habitación. A eso de las 4 AM siento un ruido y veo un bulto que caminaba por arriba de la mesa. Prendo la luz y veo el paquete en que el que tenía unos salamines y una bondiola comprada en un lugar muy bueno llamado “Don Cacho”, de Trevelin, estaba medio revuelto y desparramado. El responsable: un gato que me miraba desde debajo de la cama medio agazapado. Pensé que se me iba a venir encima pero salió rajando por donde entró. Por suerte me dio tiempo para sacarle una foto y mostrársela a la dueña de la hostería al día siguiente. Debo reconocer que los salames de Don Cacho tienen un aroma intenso. Es una suerte que solo hayan atraído la atención de un gato doméstico. En otras épocas más salvajes hubiese tenido la segura visita de un puma (No exagero, extraigo del Diario de Exploración 1894/1895 de Llwyd ap Iwan –explorador galés que ha recorrido la zona en reiteradas oportunidades- compilados y traducidos por Tegai Roberts y Marcelo Gavirati y editados por Patagonia Sur Libros – La Bitácora, el siguiente relato: “(…) Durante la noche, cuando estaba profundamente dormido, fui despertado por los gritos de mi compañero clamando desesperadamente que un puma estaba junto a su cama. Tomando mi carabina me acerqué y como estaba demasiado oscuro para ver al león, le pregunté donde estaba. Williams, que estaba buscando a tientas su revólver debajo de las cobijas, contestó que el animal estaba justo más allá de la cabecera de su cama y agachándome lo espié. Levantando mi carabina disparamos casi simultáneamente. El león dio un tremendo salto en el aire y salió disparado haciendo un ruido como el de un caballo al galope. (…)”).
Me levanté a las 06:30 AM para desayunar y salir rápido –colectivo mediante- a Esquel para poder abordar la famosa “Trochita”. Yo no tenía ticket (sale $50.- el recorrido turístico ida y vuelta a la estación Nahuel Pan) así que tenía que estar temprano (sale a las 10.00 hs).Tomé el colectivo que pasó a las 08.00 y ni bien llegué a Esquel fui a buscar la encomienda que había mandando desde Bariloche. Al paquete le agregué otras cosas que ya no usaría (ropa, mapas y folletos de lugares ya visitados, etc.) y unos libros que había comprado, y lo despaché a Rawson por la empresa Don Otto.
A cuatro cuadras de la terminal esta la estación del Viejo Expreso Patagónico. Esta el edificio original y uno nuevo muy moderno. Pese a que eran las 09:15 ya había mucha gente y cuando me acerco a la ventanilla de venta de boletos me sopapearon con la siguiente respuesta: “Lo lamento, ya no hay más tickets”. Me dio una furia total. Yo había estado llamando desde hacía tres días para averiguar dónde comprarlos o para que me reserven un pasaje pero nadie atendió. Había dejado incluso mensajes en el contestador automático.
Parece que las agencias de turismo compran paquetes de pasajes y quizás no los venden a todos por eso el cupo siempre se encuentra completo. La onda es ir a una agencia y poner el cogote. Pedí por favor pero sin rogar ni suplicar (no es cuestión de andar arrastrándose) y me pusieron como en una especie de lista de espera. A los 10 minutos y tras haberme hecho pasar una tensión innecesaria me dijeron que tenía mi pasaje. Genial.
El viaje es corto –dura tres horas entre ida y vuelta- pero muy interesante. En cada vagón viaja un guía que brinda datos muy interesantes. El tren en el que viajé tenía vagón comedor y era conducido por una Locomotora Henschel Clase 75 H.
Cuando regresamos a Esquel (el recorrido a la altura de la estación Nahuel Pan cuenta con un triángulo que permite que la Henschel de la vuelta y se ponga nuevamente al frente del tren con la trompa hacia adelante como corresponde) me hicieron una especie de entrevista para un medio gráfico preguntándome qué me había parecido el recorrido y el servicio.
Desde la estación averigüé donde estaba la parrilla más cercana en Esquel ya que tenía ganas de comer carne. Me recomendaron la parrilla “El Rancho” y, pese a que eran las 14 hs de un sábado ya habían cerrado la parrilla, solo me podían ofrecer pastas o milanesas. Por suerte tenían unas tiras de asado que me salvaron. En este punto debo aclarar que en todo el viaje por el sur no la pegué con los horarios de los establecimientos gastronómicos. Uno acostumbrado a que en Buenos Aires podes comer una parrillada a media tarde, llega al sur y descubre que las cosas no son así. Uno de los problemas es que oscurece muy tarde en la zona de la cordillera y uno sale naturalmente a comer cuando ya son las 23 hs y a esa hora las cocinas ya están cerradas.
Esquel es una ciudad grande y con muchos comercios. Es muy linda ciudad pero ese día no había nadie por la calle!!! Todos los comercios cerrados. Una señora, dueña de un completísimo quiosco / librería / juguetería / bazar / agencia de lotería / locutorio / etc. ubicado frente al ACA me dijo que le parecía una vergüenza que una ciudad turística no tenga nada abierto un día sábado. Claro que esa señora era una de esas personas que son trabajadores incansables, siempre al pie del cañón, en sus negocios, a toda hora, cuidando todos los detalles, personajes en extinción como el huemul, ya que mucha gente cree que los negocios rinden solitos. A mí la verdad no me molestó que este todo cerrado ya que no quería comprar nada, tan solo comer un poco de carne.
Me fui a tomar el colectivo a Trevelin (pasa por la Avenida principal cada una hora los fines de semana y cada media de lunes a viernes) y descansar para salir al día siguiente con la fresca a enfrentar el camino a Tecka por la denominada “Huella de los Rifleros”.
Después de caminar por el pueblo fui a tomar el té gales. Me habían dicho que era abundante así que especulé que con ese menú merendaba y cenaba. Efectivamente fue así.
Fui a la casa de té Nain Maggie, que está al lado del hotel. El lugar se encuentra ambientado de una forma excelente, con muy buen gusto. Tiene a su vez un anexo en el que venden artesanías y muchos libros a precios muy convenientes.
El “te” que uno asocia a estados de enfermedad, acompañado por dos lastimosas “críollitas” en medio de pañuelos, aspirinas y frazadas, no tiene nada que ver con el fabuloso “Té Galés”.
Te traen a la mesa una tetera enorme y una jarra de leche fría. Lo acompañan con tres tipos de dulces de frutas finas, un scon salado (exquisito) y cinco porciones de torta y la famosa torta negra galesa. Además te sirven dos mega tostadas (20 cm x 25 cm cada una, una de pan blanco y otra de pan negro) untadas previamente con manteca y un tachito con manteca adicional.
Pese a lo que uno puede llegar a creer, el té que tomaban los galeses en Europa no era como el descripto “Te Gales”. Este tiene particularidades que fueron impuestas por los colonos una vez instalados en Chubut. En conclusión: el “té gales” en Gales no se consigue.
Hay que tomarse su tiempo y terminar todo en una hora u hora y media. Con la última torta terminé el excelente libro de Asís y arranqué con otro del mismo autor e igualmente recomendable: “Cazadores de Canguros” (libro recontraleíble).
Con el estómago lleno fui al hotel y me acosté sin escalas.

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