07 de enero de 2009:
Dormí profundamente por más de once horas (quizás el mejor sueño desde que llegué a la Patagonia) y me levanté a eso de las 08:00.
Desayuné en el comedor de la hostería y no dejé una sola miga de un pan casero que me sirvieron que, pese a no estar tostado, estaba muy bueno para untarle manteca y dulce. Sabía que tenía que cargar energías para encarar el plan del día: llegar antes de que se haga de noche a la Villa Dique Florentino Ameghino, distante a unos 190 kilómetros de Los Altares.
A las 09.30 ya estaba en la ruta. No había viento pero el ritmo fue bueno: 25 km/h promedio y en algunos lugares bajadas a 35 km/h. La llamada zona de “Altares”, espectaculares formaciones de piedra sigue a lo largo de la ruta hasta casi la localidad de Las Plumas. Hay formaciones verticales de roca que caen a centímetros de la banquina que te hacen sentir minúsculo al lado de esos gigantes de piedra.
Mientras viajas por la RN 25 ves que a la vera del río hay zonas verdes, con árboles, pero por tramos la ruta se aleja bastante del río (en algunos casos son unos cuantos kilómetros) y la aridez te rodea. Me crucé con muchas liebres, un zorro y un guanaco. Hay cientos de ovejas, algunas de ellas comiendo al lado de la ruta sin alambre de por medio. Un peligro para los automovilistas que confiados pasan a mucha velocidad.
A esa altura del recorrido ya empiezan a aparecer carteles indicativos de distancia que dan cuenta de ciudades de la costa (Rawson -230 kms-, Puerto Madryn –casi 300 kms-, etc.). Advertís que estas más cerca de cumplir con el objetivo.
De la ruta 25 salen rutas provinciales de ripio hacia otras localidades como El Mirasol, El Sombrero, El Escorial, entre otras, lugares que me gustaría conocer en una futura visita.
Llegué a la Localidad de Las Plumas a las 13:30 hs aproximadamente, tras haber cruzado el río Chubut hacia la margen norte. Los más de cien kilómetros que separan Los Altares de Las Plumas los hice de un saque, sin sacar los pies de los pedales. Solo paré a sacar algunas fotos.
El origen del nombre “Las Plumas” tiene dos versiones: 1) el hallazgo de un cargamento de plumas por parte de soldados argentinos en 1882, 2) la presencia de gran cantidad de plumas en la zona, resultado de la realización de rituales por parte de los indios que paraban allí.
Es un pueblo muy lindo, que ha crecido sobre la margen norte del río Chubut, a la sombra de grandes árboles que resisten el embate del incansable viento. Cargué agua para el mate en una estación de servicio y me fui a dar una vuelta. Hay una capilla llamada “Nuestra Señora de Luján” y se la sindica como “Cuasi Parroquia”. Es la primera vez que escuchaba esa calificación. Según el Código Canónico una “cuasi parroquia” es una determinada comunidad de fieles cristianos dentro de la Iglesia particular, encomendada, como pastor propio, a un sacerdote, pero que, por circunstancias peculiares, no ha sido aún erigida como parroquia.
Esta el llamado “viejo puente” que cruzaba el río, de una sola mano y de estructura metálica. Un cartel bien visible “implora” no circular sobre el viaducto a no más de 20 km/h. Una Hilux –cuando no- pasó a más de 70 km/h. Es recomendable visitar el camping municipal, el edificio de la comisaría. Al igual que todos los pueblos de Chubut, cuenta con un importante edificio destinado a hospital. También hay varios bares, algunos abandonados que te hacen recordar a las películas del lejano oeste.
Hay un monumento muy lindo al noble caballo Malacara (ya referido) y un merecido homenaje a la Oveja. A unos quince kilómetros del pueblo, camino de ripio mediante, se accede al lugar donde fallecieron los compañeros de Evans y el Malacara pegó el famoso salto con el que le salvó la vida a su jinete.
Los kilómetros recorridos despertaron mi apetito y me fui a buscar un lugar con sombra al lado del río para armar un almuerzo. Destaco el consejo de mi bicicletero Mariano: llevar salames, bondiola y queso. No se ponen feos y son riquísimos con un buen pedazo de pan. No es para comer todos los días pero te sacan de un apuro. Mientras almorzaba se acercaron unos chicos del pueblo a charlar. Tomé unos mates y emprendí la retirada.
En Las Plumas la RN se abre hacia la izquierda cruzando el río y alejándose de él ya que a pocos kilómetros empieza a formarse el embalse Florentino Ameghino.
Salí de Las Plumas a las 15:30 hs con un pequeño malestar provocado por el abuso en la ingesta de salame.
Sabía que a la salida de Las Plumas hay una importante subida hasta el lugar que se conoce como Alto Las Plumas, cabecera del ya extinto Ferrocarril Central del Chubut. Son casi 10 kilómetros de subida que son fácilmente superadas con la ayuda de los cambios.
Llegando a lo más alto de la pendiente vi un camión cargando ovejas en acoplados de dos pisos. Tal como lo refiere en su relato Cristian Savor, en el tope de la elevación hay un árbol, el último que veré hasta llegar a la Villa del Dique.
En Alto Las Plumas el paisaje cambia RADICALMENTE, es pura pampa con pequeñas ondulaciones. No hay árboles, sombra, posibilidad de reponer agua (salvo una casa cerca de la ruta que parece habitada). La soledad total. El paisaje no deja de ser atractivo, tiene cierta belleza que resulta cautivante. No tiene la exuberancia del Parque Nacional Los Alerces pero está copada la meseta. Cuando visité el interesantísimo museo paleontológico Egidio Feruglio de Trelew, vi que les dedicaban un espacio a los principales exploradores que han contribuido con sus obras la ciencia paleontológica en la Patagonia. Uno de los consagrados es el Naturalista Charles Robert Darwin a quien los paisajes de la Patagonia le produjeron sensaciones muy complejas, en efecto, refiere en su libro Viaje del HMS Beagle: “Retrotrayéndome a las imágenes del pasado, encuentro que las planicies de la Patagonia cruzan frecuentemente delante de mis ojos, aún cuando esas planicies están signadas por lo miserable e inútil. Ellas solo pueden describirse en términos negativos, vacías, sin agua, sin árboles, sin montañas, apenas unas pocas plantas empequeñecidas. ¿Por qué, entonces, y no sucede solo en mi caso en particular, han tomado estos áridos desiertos un lugar tan firme en mi memoria?”.
El tramo tiene rectas con viento a favor y a veces medio cruzado. Si no fuese por el viento y los autos que pasan cada tanto el silencio sería casi absoluto. Los autos, pese a que estaba en temporada de verano, pasan muy espaciadamente. Ha pasado más de media hora sin que pase nadie –en uno y otro sentido- pese a ser una ruta importante para la zona. Cuando vas pedaleando y pasa un autos o similar y te toca bocina, resulta un gesto oportuno para la ocasión ya que te levanta un cacho el ánimo en medio de semejante desolación.
Yo sabía que en Alto Las Plumas estaba la cabecera del ramal del FFCC Central del Chubut cuya otra cabecera se encontraba en Puerto Madryn. Recién a los pocos kilómetros de Alto Las Plumas aparece visible el terraplén pero no hay restos de durmientes y menos aún de vías. La ruta va paralela a la vieja traza del tren, inaugurado en 1889 e interrumpido en 1961, hasta Gaiman.
Los automovilistas pasas a velocidad asombrosa. Algunos me pasaron, estimo yo, a más de 150 km/h. La gente pisa el acelerador pensado que no puede pasar nada ya que circula muy poca gente y el asfalto está más o menos en buen estado, y esa es una apreciación errónea. Desde Paso de Indios a 28 de Julio no hay nada, ni siquiera señal de celular. Cabría preguntarse a quién recurrir en caso de un accidente, ¿cómo se comunican con un servicio de emergencias? ¿Qué pasa si no pasa nadie a quien pedirle ayuda? Durante el trayecto vi recordatorios de fallecimientos con causa en accidentes de tránsito. También pude ver una frenada que empezaba en la cinta asfáltica, seguía por la banquina hasta el alambrado de un campo lindero distante a 80 metros. Al final del alocado recorrido los restos incinerados de un auto. Los autos que pasan a mil ni los sentís, te das cuenta cuando ya están 20 metros delante tuyo. Las 4 x 4 por lo menos avisan con el ruido que hacen sus inapropiadas cubiertas anchas, las que, sobre el asfalto y a 170 km/h, suenan como un avión caza a reacción a punto de lanzar un misil sobre un objetivo estratégico. Unos diez segundos antes de que te pasen sabes que viene algo grande. Hay gente copada que te saluda cuando vas pedaleando mediante una doble o triple tocada de bocina. Los más saludadores son los de las motos (que viajan en tren de aventura), luego están los que llevan casillas rodantes, los autos viejos, algunas pick ups de gente del lugar. Los camioneros también. Uno de tan macanudo, saliendo de Los Altares, cuando me estaba por cruzar, tocó un prolongado bocinazo con esa corneta que aman los protegidos de Moyano y que funciona con aire comprimido, dejándome aturdido por varios kilómetros.
Unos quince kilómetros antes de llegar a Las Chapas las piernas empezaron a acusar desgaste. No podía pedalear a más de 20/25 km/h y tenía una fatiga total. Además por la hora –ya estaba atardeciendo- la temperatura había bajado mucho.
Llegué a Las Chapas a las 20:30. No es ni un pueblo ni un paraje ni nada parecido. Es simplemente una estación de servicio a la que se le perdió por la meseta el “servicio”. No tienen
mucha onda.
Paré un cacho a comprar un agua. Hablé con un motoquero que me había pasado en la ruta unas horas antes y que también venía de la cordillera. Aceleró mi partida hacia el Dique distante a 12 kilómetros la llegada de dos autos llenos de pelandrunes que a los gritos se pusieron a jugar una “tocata” con una pelota de rugby.
El camino que te lleva a la Villa Dique Florentino Ameghino es de asfalto y en realidad es la ruta provincial N°31 que te lleva a la ruta nacional N°3 distante a 90 km. Se hacía de noche y hacía frío. Para colmo el viento pegaba cruzado, las piernas no me daban más y no pude avanzar a más de 15 km/h. A los 10 km se termina el asfalto y empieza una bajada enorme a través de túneles hechos en la roca. En el túnel más largo padecí no tener luz delantera ya que algunas luminarias del corredor no andaban y durante algunos metros no veía nada de nada.
Saliendo del conducto pasas por arriba de la presa –la vista es espectacular a la hora del atardecer ya que el sol se esconde sobre las aguas del embalse- y una última bajada tipo tobogán de agua te deja en la entrada de la villa pensando “¿Cómo voy a hacer para subir esto cuando me vaya?!!!!!”.
A las 21:30 llegué finalmente a la Villa.
La oficina de turismo ya estaba cerrada. Hablé con un matrimonio macanudo de Bahía Blanca quienes me aconsejaron donde parar y como eran empleados judiciales aprovechamos para hablar de la vida profesional que había dejado en stand by desde el 26 de diciembre pasado.
Finalmente me alojé en la hostería La Media Luna, muy bien ubicada, bajo la sombra de un paredón de piedra impresionante, y a un precio muy accesible. Me pegué una ducha y cuando salí ya estaba todo cerrado. Por suerte conseguí una pizzería en el camping municipal que me salvó con una grande de mozzarella muy buena.
08 de enero de 2009:
Me tomé un día de descanso en la Villa para disfrutar del hermoso lugar y estudiar bien cómo funciona el dique y, de paso, recuperar las piernas para las últimas etapas del viaje.
Lamentablemente no se puede visitar el complejo hidroeléctrico sino con previa autorización otorgada en las oficinas centrales de la empresa que la explota, con sede en la ciudad de Trelew. Por suerte uno siempre cuenta con el recurso más efectivo: preguntar a los habitantes de la Villa, ya que muchos de ellos trabajaron en el dique.
Por la mañana fui a recorrer la costa del río Chubut siguiendo un sendero que se toma desde el camping municipal. La combinación de los colores del río, las piedras y los árboles es genial. Siguiendo el sendero se llega a la cueva de “La Leonera”.
También desde el camping parte una escalera de más de seiscientos escalones, una verdadera “escalera al cielo”, que te lleva hasta el tope del dique desde donde se puede apreciar toda la villa, ofreciendo una vista inigualable. La trepada se puede hacer un poco pesada pero no es nada al lado de las subidas encaradas días atrás con la bicicleta. Las escaleras no fueron hechas para que turistas como yo suban arriba del dique, sino con la finalidad de que los obreros que lo construyeron bajasen a la base del mismo y a la villa. Se cuenta que dieron con ese lugar para construir el acceso gracias a una vaca. Al pobre animal, los obreros, lo veían algunas veces en lo alto de la pared de piedra y otras veces abajo a la vera del río. Nadie entendía como se desplazaba la vaca de un nivel a otro. La hicieron seguir por un obrero y así hallaron la cuesta en la que después construyeron la escalera.
El dique es una obra de ingeniería fabulosa. Se lo inauguró en el año 1963 tras doce años de construcción. La Villa nació al amparo de la obra. En ella vivían los obreros y llegó a llamarse en sus inicios “Eva Perón”. Una de las primeras cosas que te llaman la atención es descubrir que la presa es hueca!!! Uno pensaría que para contener semejante cantidad de agua es necesario algo macizo y pesado pero los ingenieros se la ingenian.
Te sentís algo raro sabiendo que vivís bajo la sombra de un dique que contiene semejante masa de agua. Si esa pared se parte, semejante concentración de agua y sedimentos te mata al segundo. La gente se acostumbra después de todo y mucho más si escuchas las medidas de control que han implementado en el dique para evitar cualquier contratiempo.
Cuando caminas por la Villa te da la sensación de que ha sido decorada por un ingeniero en seguridad e higiene. Sobran las advertencias de peligro, rejas y alambrados sobre la costa del río, carteles que advierten sobre los riesgos de aventurarse por sitios naturales y deslindes de responsabilidad. Todo tiene su explicación. En la Villa sucedió la tragedia en la que perdieron la vida ocho alumnos y la directora de la Escuela N°39 “Fragata Libertad” de la Localidad de Merlo, Provincia de Buenos Aires, al caerse el puente peatonal que cruzaba el río Chubut a la altura del ya mencionado camping municipal. Hay un recordatorio muy emotivo y el nuevo –y sólido- puente peatonal que se construyó en reemplazo del que se cayó fue dedicado a la memoria de las víctimas.
El río es realmente peligroso no solo porque es correntoso sino que su temperatura es gélida. Yo conocía del accidente por haberlo leído en los diarios y sabía que había sucedido en alguna parte del “Sur” pero no me había imaginado que este lugar había sido el escenario de tan triste episodio.
La recorrida por la Villa y la charla con el dueño de la hostería me develó una duda: el objeto de los terraplenes que bordean el acceso a la Villa desde la RN 25. Pues bien, sostuvieron una línea de rieles, un desvío del FFCC Central del Chubut para transportar cemento a fin de concretar la obra del dique. Fue de tal magnitud la obra que en Comodoro Rivadavia se construyó una planta petroquímica y desde allí se abasteció cemento para el futuro dique. La ruta que se abrió desde Comodoro para llevar el insumo fue la que posteriormente se denominara como Ruta N°31.
Comí algo liviano y me fui a acostar temprano.
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