jueves, 22 de enero de 2009

Cuarta entrega del viaje Bariloche Rawson

Bienvenido al PN Los Alerces!
Ya termina la subida!!!


Abrojales!!! Y todo por ir al baño en el medio del camino ...


Miles de flores ... feo paisaje para pedalear. Lástima el ripio.



Estuve por allá abajo un rato antes.



La Catarata - El Hoyo

29 de diciembre de 2008:

Amanecí muy bien salvo por una mosca que desde las 05.00 AM estuvo jodiendo contra el vidrio de la ventana de la habitación. Le abrí para que se vaya y entraron otras dos. Mal negocio.
El día estaba espectacular, un cielo súper despejado. Me calenté agua para el mate y Frida trajo unas galletas y dulces de cereza y de mora a los que agregué semillas de chia y algunas frutas secas.

Frida confirmó que el lugar tiene una energía especial. Me mostró fotos de la casa y sus jardines en las que se advierten la presencia de luces. Frida dice que son ángeles. Cada uno puede buscar su propia explicación. Las plantas crecen con una fuerza impresionante en el lugar. El secreto: un trabajo de poda que hace que las plantas se esfuercen en completar su ciclo cada vez más con un resultado a la vista: flores más grandes. Algo así como lo que dicen que le hacen a las gallinas: le sacan los huevos entonces ponen más.

En El Hoyo se puede visitar Puerto Patriada, El Desemboque y la Catarata. El que quedaba más cerca era este último lugar. Fui caminando y vale la pena. Del pueblo hay que caminar dos kilómetros. Ahí se llega a la base de un sendero de aproximadamente 1000 metros en trepada (mediano esfuerzo) que te deja en la caída de dos saltos de agua impresionantes. Desde abajo ya ves la caída de agua pero de cerca se advierte la real magnitud de la cascada (tiene 80 metros de altura). El sendero atraviesa un bosque muy espeso y con un aire espectacular. Cada tanto hay miradores que te permiten apreciar el pueblo desde lo alto. Al pie de la cascada la vegetación es muy tupida. Hay helechos que están regados por un rocío permanente y es recontra refrescante para el calor que traes después de haber trepado por la montaña.

Al bajar compré algo para comer y me fui a tomar una siesta a la sombra de uno de los árboles de la plaza del pueblo. Muy ordenada y con un montón de plantas. Tiene el típico monumento a la Madre y el de algún prócer del catálogo que todos conocemos.

Al volver Frida me convidó con pan casero hecho por ella (blanco e integral). Le compré uno entero además de un queso tipo pategrás producido por la colonia Menonita de La Pampa y más frutas secas para cubrir la cuota alimentaria del día siguiente, en el que partiría con destino a Cholila.

30 de diciembre de 2008:

Efectivamente la escala en El Hoyo me hizo cargar las pilas. Me levanté a las 07:00 AM y, previo armado del equipaje y revisión de la bici, me despedí de Frida. Fui a desayunar a la estación de servicio de la Ruta 40 y solo me pudieron servir un café con leche. Lo completé con algo de pan y frutas secas.

Cuando estaba por arrancar vi pasar a un cicloturista que resultó ser italiano y no tenía muy en claro para donde rumbear. Me dijo que tenía ganar de ir a El Maitén vía Epuyén. Intercambiamos saludos y opiniones acerca del recorrido. El se quedó en el supermercado para comprar algunas cosas y yo me puse en marcha.

La salida de El Hoyo fue espectacular. No había viento y el día estaba re lindo. Sin grandes pendientes y con un entorno espectacular avanzaba a 27 km/h sin mayores esfuerzos.

La Ruta 40 está en perfecto estado en este tramo. Solo tenés que superar dos subidas muy grandes: una tipo la de Foyel, la segunda más dura y larga hasta llegar al cruce con la ruta provincial N°70 que te lleva a El Maitén, sitio en el que se encuentra la oficina de turismo de Epuyén.

Es notable, llegando a Epuyén, como la vegetación cambia. Es todo más agreste y no se ve tanto verde como en algunos tramos antes recorridos.

Algo para tener en cuenta cuando uno va pedaleando: Ojo ojo ojo si es que estás muy expectante por llegar o te está ganando en cansancio, que no te engañen los carteles tipo “¡Bienvenido a Epuyén!” o “¡Bienvenido a Cholila!”. Vos aflojas el tranco pensando que llegaste a destino y resulta que en realidad estas llegando a “la comarca” y te quedan dos cuestas y cuatro o siete kilómetros para llegar al ansiado pueblo. Tal es lo que me pasó en Epuyén y en Cholila. Lo que pasa es que los pueblos son como comarcas con distintos “barrios”, zonas de chacras y similares y el centro poblacional puede estar lejos aún de la amistosa bienvenida.

En la oficina me atendieron muy bien pero no me pude quedar en Epuyén ya que había planificado terminar el día en Cholila. La encargada de la oficina de turismo, Magdalena, una chica súper copada me acompañó con unos mates y me mostró fotos del lugar y del parque nacional Los Alerces, me contó acerca de la vida en la zona, la compra de tierra por parte de inversores especuladores (ahí cerca está la famosa estancia de los Benetton), entre otras cosas. Cuando me estaba yendo apareció el italiano en su bicicleta. Se fue para el pueblo a buscar un locutorio para llamar a su casa.

Me despedí de Magdalena y arranqué. A siete kilómetros de la oficina de turismo sale la Ruta provincial N°71 que es de ripio y quieren, lamentablemente, asfaltar. Como la quieren asfaltar tiraron piedra sobre el antiguo camino de ripio y esa superficie esta re floja, un verdadero infierno para pedalear. Para colmo el viento cambió, se puso cruzado, empezó a hacer calor. Entre la flojedad de la piedra y el peso de las alforjas la estabilidad se pierde y un par de veces estuve a punto de caerme.

Los que parece que no tienen drama con el camino de ripio son los conductores de las Hilux que llevan huéspedes –generalmente extranjeros- a los lodges de pesca, a toda velocidad levantando polvo y tirándote piedras sin respeto alguno por el ciclista. Alguna vez habría que estudiar qué es lo que pasa por la cabeza de los conductores de pick ups o 4 x 4. ¿Encontrarán en sus volantes la virilidad perdida?

Ni bien entré en la RP71 un ventarrón me dio en la cara como bienvenida. El viento fue fuerte y en contra en todo el trayecto de ripio hasta Cholila (aproximadamente 30 kilómetros). No pude superar una media de 11 kilómetros por hora. Pese al camino y el viento, el ánimo era el mejor y no fue necesario parar a descansar en los treinta kilómetros. El paisaje es deslumbrante. De los más lindos que vi en mi vida. Una belleza que te hace avanzar, despacio pero decidido y sin pausa. Campos llenos de flores amarillas y violetas que parecen salidas de la paleta de un pintor. Esas flores generan un aroma que te llena los pulmones y te da re pilas. A lo lejos se ven afilados picos con nieves eternas y arroyos muy piolas.

El viento que, si te toca en contra puede ser tu peor enemigo, fue en definitiva un aliado ya que al soplar –para donde sea- te alivia la sensación de calor que genera el solazo estival de la Patagonia.

A los pocos kilómetros di con lo que llaman “Villa El Blanco” –ya es parte de la localidad de Cholila-, en donde no encontré a nadie. En ese lugar está la famosa cabaña en las que asentaron por algunos años los bandoleros norteamericanos Butch Cassidy, Sundance Kid y Etha Place. Los tres venían de llevar adelante varios atracos y recalaron en la Patagonia por unos cuatro años donde se convirtieron en prósperos productores ganaderos. Hay muchas historias de “bandolerismo” en la Patagonia, principalmente en los primeros años del siglo XX. Hay bibliografía al respecto y son muchas las anécdotas que dan cuenta del paso de esos delincuentes por esa poca explorada zona de la Patagonia, refugio de varios personajes provenientes de distintas partes del globo. Son muy recomendables las historias de otros bandoleros como Ausencio, que robaba a los propios indios y era como un fantasma a la hora de escapar. Las bandas de Wilson y Evans, la de “Diente de Oro” Duffy, entre otras. También son muy pintorescas las historias de personajes que se vinieron a hacer la Patagonia como el irlandés William Cassey y el texano Martin Sheffield, el “cowboy cacique”, también autodenominado “sheriff” que se destacaba por su puntería infalible.

En ese mismo paraje se encuentra el edificio en el que funcionó la primera escuela de la cordillera (monumento histórico y patrimonio cultural). En Cholila, más precisamente en la plaza, hay un monumento al primer maestro normal argentino que se instaló en Cholila, Don Vicente Calderón. No puede averiguar si hay relación entre ese maestro y el edificio escolar antes referenciado.

Es una lástima que llegando a ese paraje no existan carteles que señalen esos dos sitios con tanta historia. Cuando estás en Buenos Aires tampoco te referencian estos lugares e historias, recién los descubrí estando en Chubut.

A la Villa El Blanco se llega previa bajada muy copada pero que no podes agarrar con velocidad ya que el ripio esta re flojo y se corre el riesgo de caer con todo. Pasando la Villa se llega al acceso al pueblo de Cholila. La paz reinante es impresionante. Pese a que el camino fue medio de terror y que el viento soplaba como para que me atormente, disfruté muchísimo esos kilómetros, cosas de la cabeza que muchas veces aplaca las percepciones y quejas de los músculos.

En el acceso a Cholila, de donde sigue la ruta para el Parque Nacional Los Alerces, hay una almacén de ramos generales que está muy completa y se llama La Caprichosa. Se encuentra en medio de la nada. Entré a comprar algo para tomar. Si me cobraban por una Villa del Sur Levité, sabor pomelo de un litro y medio, veinte pesos, se la pagaba ya que estaba muerto de sed. Pero notablemente me vendieron una recontra fría a solo $6.- y eso que esa señora tiene su almacén a varios cientos de kilómetros de los centros de distribución. Pensar que los chorros –émulos de Butch Cassidy- de las estaciones de servicio de Buenos Aires te la llegan a cobrar $8.- y casi siempre te la despachan re natural. La felicité a la dueña por la variedad de productos que tenía a la venta y me fui a tomarme el agua a la sombra. Me la bajé de un saque y sin pausa.

A Cholila se entra por un acceso de ripio ancho. Yo llegué a eso de las 15:30 hs. Al poco de andar por el ingreso se advierte, hacia la izquierda, una enorme formación rocosa que sale del medio de la tierra y que llama poderosamente la atención. Lo primero que se te viene a la cabeza son los morros de Río de Janeiro. Y efectivamente, a esa formación la llaman “El Morro”. Al lado del Morro hay un parque en donde, todos los meses de febrero, se celebra la Fiesta Provincial del Asado.

En Cholila me alojé en el hospedaje Cumelen Hueñui, con tarifas realmente accesibles. Me pegué una ducha, comí de mis provisiones unos pistachos, cerezas, pan casero con queso y un chocolate. Me dormí una siesta y a las 18 hs salí a pasear por el pueblo.

El pueblo es muy lindo, tranquilo y tiene unos edificios públicos notables. Se destaca el hospital que es muy copado y se construyó, seguramente, pensando en el futuro del pueblo. Fui a un bar con ciber y allí me dieron mucha data del lugar.

La gente local es distinta a la de otros pueblos que visité. Se advierte otra vestimenta (mucha presencia de sombreros) y mucha gente con notable ascendencia en miembros de pueblos originarios. De acuerdo a los registros del lugar, la zona fue habitada primariamente por tehuelches, luego por mapuches chilenos y luego criollos. En Cholila se vive de la ganadería. Pero la crisis ha golpeado duro a la economía local. Los costos subieron y mientras que el precio de la carne se mantuvo en su lugar. Además los campos sufren una invasión de una planta que se la explota comercialmente pero que está afectando seriamente la superficie destinada a pastoreo: la rosa mosqueta. Para no contaminar los campos no se la mata con herbicidas. Se pasan rastrillos gigantes de alambre tirados por tractores o bueyes pero vuelven a crecer. No quiero imaginar lo duro que debe ser el invierno para trabajar en el campo.

Desde el aspecto de la flora y la fauna advertí algunas cosas: Si te metes en un pastizal, lo más seguro es que salgas lleno de abrojos en las piernas, medias y zapatillas. Está lleno de esas plantas. De hecho el nombre Esquel es de origen indígena y deriva de un término que en idioma nativo significa “abrojal”.

Otra cosa: si la pampa tiene a los teros, la Patagonia tiene una metrópolis de teros. Hay miles y siempre en pareja. También se advierte la presencia de otros pájaros que vienen en verano y migran al norte en invierno que son muy parecidos a los “Ibis” de Egipto. Se llaman Bandurrias y también andan en pareja metiendo el pico dentro de la tierra buscando bichos para comer. Son muy pintorescos y emiten un sonido muy particular (a veces en medio de la madrugada para alegría de los que quieren conciliar el sueño).

El dueño del hospedaje, tras contarme de la bronca que le tiene a la rosa mosqueta (él tiene campo y le afecta las pasturas), me dio un consejo muy útil: En el Parque Los Alerces tenía que circular bien abierto por los caminos de ripio ya que al paso de las camionetas se levanta polvo y cenizas del volcán Chalten y no se ve nada y, lo que es peor, no te pueden ver a vos los que vienen en sentido contrario o atrás tuyo. El consejo, conforme lo relataré más adelante, me vino al pelo.

En esta zona, cuando baja el sol, es como si se prendiera un aire acondicionado, viene un frío poderoso. Es cuestión de minutos y el cambio es muy repentino.

A la noche cené ravioles con salsa bolognesa (bien grosera y poderosa) y me fui a dormir.

31 de diciembre de 2008:

Me levanté a las 06:30 de la mañana y a las 07:00 ya tenía todo preparado y embalado. Me fui a desayunar y en la hostería me sirvieron un desayuno que venía en línea con los ravioles con bolognesa: café con leche, tostadas, dulces varios, queso con miel (riquísimo), manteca y dulce de leche. Comí todo y no dejé nada.

Hacía frío intenso cuando salí a eso de las 08:00 AM. Agarré el acceso a Cholila, pequeño ascenso y tomé la ruta provincial 71 con destino al Parque Nacional Los Alerces. Con ese Parque siempre tuve una fantasía, nunca lo había visitado pero me habían quedado grabadas a fuego en la cabeza unas imágenes que aparecían en un típico manual de la editorial Estrada de quinto grado del primarío. En ese manual también aparecía una foto del hotel LLao LLao, de cuando no era un resort de lujo. Veinticinco años después iba a conocer el parque nacional personalmente. Todo llega, solo es cuestión de tiempo …

La ruta 71 desde Cholila al Parque está en mejor estado que el tramo que van a asfaltar ya que no tiene esa piedra floja que tanto molesta para andar en bicicleta. Pero el ripio no es uniforme. Hay partes en la que la superficie esta compactada y avanzas como tiro, en otras partes hay piedras sueltas, a veces afloran rocas grosas que si no las ves podes llegar a pegar un salto enorme y consiguiente derrumbe y final de viaje. Lo que no faltan son los molestos “pianitos” o “serruchos” que se forman en el camino y te sacuden mal. Si los quieres esquivar tenes el peligro de irte muy al costado y caerte a la zanja. En definitiva, se trata de ir pedaleando disfrutando el paisaje y, ojo avizor, pispeando la superficie.

A los 15 kilómetros de Cholila se llega a una bellísima localidad: Villa Lago Rivadavia, también conocida como “La Bolsa”. El lugar es un verdadero paraíso. Antes de llegar al paraje tenes algunas subidas pero no muy pronunciadas. Pese al nombre del lugar, la villa no está sobre el Lago Rivadavia, sino unos cinco kilómetros antes aproximadamente. En la villa hay unas casas espectaculares y algunos establecimientos ganaderos. En efecto me crucé con dos gauchos con sus perros conduciendo una tropilla de ganado.

Tras abandonar la villa hay una subida en línea recta memorable, pero tirando cambios la superas muy bien. Desde lo alto de la pendiente hay un mirador desde el que se ve el pueblo y el río que lo atraviesa: el Carrileufú. La vista es imponente.
Pegando la vuelta te encontras con otro espectáculo: el Lago Rivadavia. El paisaje es impresionante y te olvidas de la subida y de todo.

Tras pasar la portada norte del Parque Nacional noté que se me venían encima unas cuantas decenas de vacas tipo “hereford”. Era una tropilla de ganado que venía siendo conducida por un gaucho a caballo y una banda de perros. A lo largo del camino se ven manchones de pasto, bien parejitos como si fuesen de una cancha de golf, en la que retozan las vacas como si estuviesen de adorno.

En el camino, que es muy angosto y de ripio, me pasaron como si estuviese parado varias 4x4, en su mayoría Toyota Hilux. Pero particularmente recuerdo una Land Rover que se me vino de frente a excesiva velocidad (yo calculo que a 80 km/h) y juro que pensé que me atropellaba. El tipo pegó una frenada y me pasó, antes de que me pierda de vista lo mandé a la mierda y seguí mi camino. Al rato la volví a ver, esta vez me pasó –a gran velocidad también- y me hizo comer un kilo de una mezcla nutritiva de polvo y ceniza volcánica.

Cuando llegué al puesto de Parques Nacionales donde te cobran por el acceso ($7.- para argentinos, $30.- extranjeros), lo mandé al frente al de la Land Rover. Las guarda parques lo conocían y saben cómo maneja ese tarado. Es un guía de pesca que traslada gringos a lugares de pesca. No soy botón pero ese tipo se comportó como un irresponsable. A lo largo del camino hay señales que indican la prohibición de circular a alta velocidad, no solo por seguridad sino como medida de protección de la fauna. Los milagros de la publicidad: nos hacen relacionar a esos vehículos “all terrain” con la vida al aire libre y son de lo peor. Gastan una bocha de combustible (anti ecológicos) y tienen unas defensas con las que pueden destrozar al paso liebres, zorros, guanacos, huemules en estado de extinción y con las patas anchas hacen un ruido tipo jet a chorro que es muy natural y sintoniza con los cantos de la naturaleza. Lamentablemente no pueden hacer nada los guarda parques contra los excesos de velocidad. No pueden estar en todas.

Ni bien parás a abonar la entrada te dan la bienvenida unos amigos inseparables: los tábanos. Cientos, joden mal. Uno se me metió, mientras pedaleaba, entre la cabeza y el casco y fue una desesperación hasta que se fue.

En el parque vi muchas vacas sueltas y algunas en corrales muy rústicos. No sé cómo se compatibiliza la cría de ganado vacuno que se come todo lo que crece en la jurisdicción de un parque nacional.

A los 9 kilómetros de la entrada norte está el río Colehual, una belleza que corre sobre un lecho de piedras y es súper transparente. Bajé y me preparé un pic nic para almorzar con la grata compañía del rumor del agua. No fue el pic nic perfecto por un solo detalle: los tábanos y las moscas. Me alegré de llevar una buena cantidad de provisiones en las alforjas ya que tenes la oportunidad de armarte una comidita en cualquier lado. Es un peso adicional pero no es nada comparado con el placer de pegarte un copetín en el medio de un paraíso natural como el del río Colehual. Me tomé unos mates y seguí.

Termina el Lago Rivadavia y viene una subida ENORME con ripio flojito y suelto. Durante el ascenso hay carteles que dan cuenta de la presencia de Huemules, unos ciervos patagónicos que están en serio peligro de extinción. Yo no vi ninguno.

El paisaje es tan grosso que te olvidas de la subida y de que estas sudando como loco. La subida tiene sus tramos de fresco. Pasas por bosques que cubren el camino con sombra todo el día y que logran un fresco nocturno bastante reparador.
Terminando la subida que tiene varios giros y se extiende por unos siete u ocho kilómetros, me crucé con otro cicloturista llamado Mark, natural de Australia. Venía con una bici marca Cannondale y un tráiler que, según él, le venía molestando. El flaco muy buena onda, venía de Lago Verde (me dijo que era uno de los lugares más lindos que había visto en su vida) y pensaba llegar a Cholila por la tarde. En inglés me dijo que había visto un rato antes y me había sacado una foto. ¡Claro! En la foto soy apenas un punto ya que salgo bien abajo cuando estaba por encarar la subida y él estaba en el Mirador que está arriba de todo.

Nos despedimos y tomé nota del consejo referente a parar en Lago Verde.

Pasé el acceso al camping de Lago Verde –lago no muy grande que se encuentra entre el Lago Rivadavia y el Futalaufquen y esta al este del Lago Menéndez- y tras una bajada muy buena pero que no la podes disfrutar a pleno ya que tenés que ir aplicando frenos so riesgo de caer a un precipicio ante el menor patinazo, llegué al Mirador del Lago Verde. El paisaje es IMPRESIONANTE, el lago tiene un color espectacular y unas playas muy lindas. El contraste con el color del cielo, el gris de las rocas y el verde de los bosques le daba un marco espectacular. Son esos lugares que cuando los ves te olvidas que estas cansado.

El lugar esta tan bueno que decidí ir ahí a comenzar el 2009.

Baje al camping, llamado “El Aura – Lago Verde”. En el recinto también funciona una hostería y cabañas (son de lujo, a precios inalcanzables). Hay dos campings: uno agreste y otro organizado. El lugar es fantástico. Tiene unas instalaciones de primer nivel. Una confitería muy copada y parcelas para las carpas re completas (parrilla con mesada y luz, mesa para seis personas). Los baños parecen de un hotel y los espacios comunes están muy cuidados. Es como el “Sheraton” de los campings. Al camping lo atraviesa un arroyo que termina en el lago Verde.

Solo hay luz eléctrica a partir de las 21 hs. y, como en todo el Parque Nacional, no hay señal de celular. En la administración disponen de un teléfono satelital desde el que podes hacer llamadas a $5 el minuto.

Vi mucha fauna. Liebres, un montón, varios pájaros, en el lago vi saltar truchas que atrapan en el aire algunas de las miles de libélulas que vuelan muy cerca de la superficie como queriendo ser devoradas (los que pescan con mosca –mosqueros- ven esas cosas y arman sus equipos con el señuelo que se parece al bicho que están comiendo los peces).

Una vez que me asignaron una parcela muy copada para poner la carpa, me la puse a armar pero la armé al revés. Estuve como media hora para que quede finalmente bien. Me fui a dar una ducha –el agua estaba re caliente, perfecto, y salía con una presión tipo ducha escocesa- muy reparadora.

Antes de irme a pegar un baño cometí el error de dejar mi comida en la mesa que estaba al lado de la parrilla. Cuando vuelvo de los baños veo una bolsa en el piso y un desparramo total. Era mi comida!!! Y al lado de semejante quilombo había un pájaro enorme tipo águila o carancho que estaba devorándose mis comestibles. Cuando me vio rajó volando. El animal había atacado mis pistachos y la media horma de queso que me la dejó toda picoteada, como si fuesen mordidas de un castor. Teniendo a la vista la magnitud del desastre creo que tuvieron que haber intervenido varios pájaros y yo solo vi al más temerario y atractivo, el que se quedó hasta el final como gozándome.

Obviamente no tiré el queso, solo le saqué la parte picoteada y salvé la mitad. No volví a dejar comida fuera de la carpa. Me di cuenta de que en el bosque los bichos te están observando –a escondidas- todo el tiempo. Te descuidas y zum!!! Te afanan algo y hacen bien. De algo tienen que vivir y $7.- por entrar al parque es, en definitiva, muy barato.

A las 18 hs. me puse a tomar mate en la playa del lago, un lugar mágico, con un silencio sobrecogedor, aves, peces que saltan del agua cada tanto para atrapar las libélulas. Esos insectos también son atacados por una especie de golondrina que se manda al lago a una velocidad increíble. Es un espectáculo aparte ver el despliegue que hacen los pescadores de mosca. Tienen unos equipos magníficos. La zona es un pesquero que atrae a muchos amantes de ese deporte. En un mismo día un pescador puede desplazarse hacia otros lagos o ríos en búsqueda de mejores condiciones a fin de obtener una pieza. Para poder pescar es necesario contar con un permiso que otorga la provincia y que no es tan caro como pensaba (hay un valor diferencial para extranjeros). Muy cerca de donde estaba tomando mate estaba pescando con mosca un muchacho macanudísimo de Rada Tilly (Pcia. de Chubut) y era muy copado ver como “mosqueaba”, apreciar cómo se desplaza por el aire el cordel y la mosca. Es un verdadero arte. Algún día me gustaría practicar ese deporte. Durante el tiempo que estuvo practicando el “mosquero” no sacó nada pese a que los peces le saltaban cerca. A diferencia de lo que uno puede pensar, la pesca con mosca no se limita a tirar y esperar que el pez “pique”. Hay todo un estudio previo para ver qué es lo que está comiendo en el día, en fin un trabajo muy técnico.

En la playa también me encontré con un tipo fuera de serie, Zeze López, quien viajaba en su Traffic devenida en motorhome con su hijo Tomás. Se encontraban recorriendo la Patagonia y en estos momentos Zeze estaba terminando de trabajar en un proyecto interesantísimo: un libro sobre “La Trochita”. Ezequiel –Zeze- conoce mucho la Patagonia y me brindó algunos datos muy útiles para lo que seguía de mi viaje. Tiene unos trabajos impresionantes que se pueden consultar en la página web http://www.librosdeviaje.com.ar/.

Estaba cayendo el sol y de pronto, súbitamente y de la nada aparecieron dos guarda parques a controlar permisos de pesca y el uso de equipos de pesca que se ajusten a los requerimientos de la autoridad pesquera. Parece que “pescó” a una persona que usaba para practicar el deporte una especie de “boyita” cuya utilización se encuentra prohibida. Me contó el pescador de Rada Tilly que los controles son frecuentes y la gente de parques nacionales se preocupa. Aparte de controlar a los pescadores que practican desde la costa, fiscalizan a los que van en lancha, procurando que no abusen de la velocidad (para evitar el ruido de los motores y la formación de olas que erosionan las costas de los lagos). Claro que el negocio de la pesca –principalmente con extranjeros- mueve mucho dinero y, como siempre pasa con el dinero, eso hace que muchos guías no sólo no respeten las leyes reguladoras de la pesca deportiva sino que también desconocen los códigos no escritos entre los pescadores.

Compré en la despensa del camping algunas cosas para armar una mesa de fin de año, la que quedó muy completa y a eso de las 23 hs me puse a comer. El cielo nocturno ofrece un espectáculo que tenemos vedado aquellos que pasamos gran parte del año en la Ciudad de Buenos Aires. Se ven miles de estrellas, algún satélite pasar a gran velocidad. Si prendes la luz de tu parcela medio como que tus ojos dejan de percibir las estrellas, pero cuando la apagas y levantas la vista al firmamento, empiezan a aparecer paulatinamente los astros hasta la saturación. Es impresionante.

A las 00.00 hs brindé, agradecí el momento y me metí en la carpa a dormir.

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