Uno cuando sale en bici a recorrer caminos rurales desea llegar -después del esfuerzo- a un lugar que, en primer lugar, tenga un almacén para comprar una pomelo. Pero si ese destino te ofrece unas playas preciosas bañadas por el océano Atlántico que te permiten tirarte al sol y tomarte ese pomelo entre gaviotas, cangrejos y haciendo dibujitos en la arena con los dedos del pie todo es mejor.
Y así fue cuando me acerqué a Mar del Sur, la alternativa tranqui para que el que visita Miramar. Dejé el auto frente a la playa, armé la bicicleta y tomé el camino de tierra que corre paralelo al mar pero alejado no menos de cinco o seis kilómetros. Andas por el campo, la pampa pero a lo lejos se ven médanos, se siente un aire marino y se sufre un viento que es del mar!
Hermoso camino que cruza distintos arroyos y que pensaba aburrido, pero no. Al toque de salir de Mar del Sur vi una arboleda, y un palomar. Qué raro pensé ya que estamos muy al sur de BsAs como para que se vean palomares. Más de cerca vi una torre de lo que parecía una gran capilla, y otros edificios. Era la estancia “La Eufemia” creada en 1891, cuya dueña fue Eufemia Otamendi. Si. De la familia que da nombre al Partido. Parece que Eufemia era monja y le dejó esas tierras al Vaticano. Entré y no vi a nadie, saqué fotos y seguí.
Viento a favor o más o menos, estancias cuyos nombres se pueden leer bajo las cucardas que les ponen a los toros en “La Rural” y así hasta una enorme “cruz” sin inscripción alguna –como el monolito de 2001 Odisea en el Espacio- que se encuentra en la encrucijada con el camino que lleva a la ruta 88 (que vincula a Necochea con Mar del Plata). Giré con destino al mar y con un súper viento a favor, a más de 40 km/h, llegué a la entrada de Centinela del Mar.
Centinela del Mar es un pintoresco caserío con una capilla, un siniestro hotel abandonado y unos improvisados puentes que cruzan unos arroyos y que te dejan en lo alto de unos acantilados y más abajo la playa y el mar. La playa copada, ofrece restos de naufragios (¿?) y cuevas para poder ponerte el traje de baño en paz.
En la playa podes hacer lo que quieras, no hay casi nadie y el que esta no jode. Entre las piedras se pueden ver cangrejos, micropeces, algas de todos los colores y otras vidas. Un paraíso. Pero había que volver.
Y la vuelta fue un garrón porque entre la calza y la piel se me juntó arena y había un viento en contra violento. Llegué a Mar del Sur con poco y nada y con ganas de abandonar el ciclismo. Antes de irme visité el edificio del viejo hotel “Boulevard Atlántico” y un súper por otra pomelo.
Fueron 90 km de pedaleo y seis días para eliminar todos los granos de arena que se me incrustaron en las partes más sensibles del cuerpo.
Jorge