Carrera con el ternero
Método "Espora" para obtener señal
Método "Espora" para obtener señal
Siesta en Espora
Fin de jornada
Zorra de los amigos del Belgrano (Trocha Angosta)
El sábado 10 de enero salimos con Marcelo y Nico a poner a prueba las horquillas de nuestras bicis por la inacabable zona de Mercedes.
Fue una vuelta de poco más de 75 kms en la que no solo se destacaron los paisajes, caminos y esfuerzo físico frente al calor de enero, sino las experiencias humanas, pequeñas historias que van a quedar siempre en el recuerdo y que hacen que una salida sea realmente única e irrepetible.
Hace poco leí en una vieja revista Selecciones las siguientes palabras: “¿Qué es una aventura? No es por fuerza, una escalofriante escapada de una muerte que parecía inevitable, ni el horror de un asalto a medianoche en una calle desierta y tenebrosa. Hay aventuras de otro género que nadie cita.” Agrega a modo de ejemplo: “Ved al vendedor de diarios que corre desolado en pos del caballero que le ha dado, por error, unos centavos de más; (…) experimenta la paz y la fruición deleitosa de las horas pasadas junto al fuego, con amigos, mientras afuera sopla el viento y hace frio; (…) mira un perro que renguea y te tira una mirada de forma suplicante; recuerda la sorpresa y la grata impresión que te deparó una presentación casual en plena calle. Estos y otros mil sucesos igualmente pequeños son aventuras. Quienes abran su corazón al encanto que ellos guardan, conservarán hasta la muerte, en alma y cuerpo, el eco y el perfume de su delicada emoción.” El texto pertenece a G. Chesterton y bien vienen a cuento para rememorar algunos momentos, que por su simpleza y gracia, se destacan en esta salida bien “aventurera”.
Saliendo de Mercedes agarramos de una las vías de trocha angosta del FFCC Belgrano con sentido al norte, mientras superábamos algunos guardaganados y reparábamos la única pinchadura del día pasó rauda una zorrita de los amigos de la trocha angosta hacia el lado de Tomas Jofre. Luego atravesamos pedaleando sobre los durmientes el puente sobre el río Luján. A partir de ahí todo fue genial ya que la traza permite circular sobre las vías a buen ritmo esquivando circunstanciales alcantarillas y metiéndonos en “túneles” vegetales cerradísimos.
Así llegamos, previo paso por la parada La Valerosa, a la estación Espora e inmediatamente vimos que en la Escuela N°13 distante a unos 500 mts de las instalaciones ferroviarias había mucho movimiento. Se celebraba una fiesta para obtener fondos para la cooperadora. Había venta de carne, comidas, bebidas y se proyectaba baile y corridas de sortija. Nos apuntamos y compramos un kilo de vacío genial que comimos con improvisados sánguches. Más tarde volvimos por más carne y empanadas. En Espora nos refrescamos con agua que surgía fresca y milagrosamente de una vieja bomba manual.
Lamentablemente el tiempo desmejoró, se largo a llover y la fiesta en beneficio del colegio se levantó. El traspié climático nos empujó a una siesta y al rato partimos siguiendo, esta vez por camino de tierra, hacia la estación Tuyuti. Antes de llegar desviamos al Sur ya que las precipitaciones habían complicado el estado del camino generando barro bien patinoso.
Me tocó caer a mí y por efecto dominó cayó Marcelo que venía atrás. Los mosquitos no permitieron quedarse sacándose el barro y seguimos. Al rato se nos acopló en el pelotón un ternero que en vez de correrse al costado del camino, empezó a correr junto a nosotros en una estampida desesperada. Descubrí que un bicho de su tipo corre a más de 30 km/h.
Las nubes se disiparon y con un calor infernal llegamos a la estación Franklin del Ferrocarril San Martín. Unos chicos nos indicaron un lugar dónde poder tomar algo. Se trataba de un pretendido bar que funciona en un viejo edificio ferroviario hoy a cargo de una hija de ferroviario. El boliche contaba con lo justo: dos mesas, mazos de cartas, unas bebidas explosivas y cocacola. Optamos por la coca la que nos fue servida en una mesa que nos armaron afuera a la sombra de un árbol y se nos acopló el nieto de la dueña, de apenas 7 años, a charlar como uno más. Antes de irnos nos dieron agua con hielo. La gente del lugar muy generosa. Los precios súper populares.
Partimos y tuvimos con Marcelo el honor de presenciar la más graciosa e impresionante caída de la historia del cicloturismo: Nico cayó en una profunda zanja llena de agua que no vio dando pasos atrás hasta obtener un buen ángulo para sacarnos una foto.
Ya encarando para Mercedes, pasamos por el paraje San Jacinto y entramos a Mercedes por una cómoda ciclovía. Ya en el pueblo con toda la mugre encima hicimos heladería, luego bar y cerramos con pizza bien entrada la noche. Toda una aventura.
Jorge
Fue una vuelta de poco más de 75 kms en la que no solo se destacaron los paisajes, caminos y esfuerzo físico frente al calor de enero, sino las experiencias humanas, pequeñas historias que van a quedar siempre en el recuerdo y que hacen que una salida sea realmente única e irrepetible.
Hace poco leí en una vieja revista Selecciones las siguientes palabras: “¿Qué es una aventura? No es por fuerza, una escalofriante escapada de una muerte que parecía inevitable, ni el horror de un asalto a medianoche en una calle desierta y tenebrosa. Hay aventuras de otro género que nadie cita.” Agrega a modo de ejemplo: “Ved al vendedor de diarios que corre desolado en pos del caballero que le ha dado, por error, unos centavos de más; (…) experimenta la paz y la fruición deleitosa de las horas pasadas junto al fuego, con amigos, mientras afuera sopla el viento y hace frio; (…) mira un perro que renguea y te tira una mirada de forma suplicante; recuerda la sorpresa y la grata impresión que te deparó una presentación casual en plena calle. Estos y otros mil sucesos igualmente pequeños son aventuras. Quienes abran su corazón al encanto que ellos guardan, conservarán hasta la muerte, en alma y cuerpo, el eco y el perfume de su delicada emoción.” El texto pertenece a G. Chesterton y bien vienen a cuento para rememorar algunos momentos, que por su simpleza y gracia, se destacan en esta salida bien “aventurera”.
Saliendo de Mercedes agarramos de una las vías de trocha angosta del FFCC Belgrano con sentido al norte, mientras superábamos algunos guardaganados y reparábamos la única pinchadura del día pasó rauda una zorrita de los amigos de la trocha angosta hacia el lado de Tomas Jofre. Luego atravesamos pedaleando sobre los durmientes el puente sobre el río Luján. A partir de ahí todo fue genial ya que la traza permite circular sobre las vías a buen ritmo esquivando circunstanciales alcantarillas y metiéndonos en “túneles” vegetales cerradísimos.
Así llegamos, previo paso por la parada La Valerosa, a la estación Espora e inmediatamente vimos que en la Escuela N°13 distante a unos 500 mts de las instalaciones ferroviarias había mucho movimiento. Se celebraba una fiesta para obtener fondos para la cooperadora. Había venta de carne, comidas, bebidas y se proyectaba baile y corridas de sortija. Nos apuntamos y compramos un kilo de vacío genial que comimos con improvisados sánguches. Más tarde volvimos por más carne y empanadas. En Espora nos refrescamos con agua que surgía fresca y milagrosamente de una vieja bomba manual.
Lamentablemente el tiempo desmejoró, se largo a llover y la fiesta en beneficio del colegio se levantó. El traspié climático nos empujó a una siesta y al rato partimos siguiendo, esta vez por camino de tierra, hacia la estación Tuyuti. Antes de llegar desviamos al Sur ya que las precipitaciones habían complicado el estado del camino generando barro bien patinoso.
Me tocó caer a mí y por efecto dominó cayó Marcelo que venía atrás. Los mosquitos no permitieron quedarse sacándose el barro y seguimos. Al rato se nos acopló en el pelotón un ternero que en vez de correrse al costado del camino, empezó a correr junto a nosotros en una estampida desesperada. Descubrí que un bicho de su tipo corre a más de 30 km/h.
Las nubes se disiparon y con un calor infernal llegamos a la estación Franklin del Ferrocarril San Martín. Unos chicos nos indicaron un lugar dónde poder tomar algo. Se trataba de un pretendido bar que funciona en un viejo edificio ferroviario hoy a cargo de una hija de ferroviario. El boliche contaba con lo justo: dos mesas, mazos de cartas, unas bebidas explosivas y cocacola. Optamos por la coca la que nos fue servida en una mesa que nos armaron afuera a la sombra de un árbol y se nos acopló el nieto de la dueña, de apenas 7 años, a charlar como uno más. Antes de irnos nos dieron agua con hielo. La gente del lugar muy generosa. Los precios súper populares.
Partimos y tuvimos con Marcelo el honor de presenciar la más graciosa e impresionante caída de la historia del cicloturismo: Nico cayó en una profunda zanja llena de agua que no vio dando pasos atrás hasta obtener un buen ángulo para sacarnos una foto.
Ya encarando para Mercedes, pasamos por el paraje San Jacinto y entramos a Mercedes por una cómoda ciclovía. Ya en el pueblo con toda la mugre encima hicimos heladería, luego bar y cerramos con pizza bien entrada la noche. Toda una aventura.
Jorge
ya el hecho de subirte a la bicicleta y juntarse con amigos es toda "una aventura"
ResponderEliminarsalu2