Pese al clima adverso nos corrimos nuevamente a Bavio al sur de La Plata para internarnos en el agreste terreno que ofrece la zona sur, con caminos solitarios de conchilla y una bajísima densidad de población. Una zona que se caracteriza por los fuertes vientos siempre presente y pueblos alejados -unos de otros- lo que obliga a pedalear sin referencias a lo largo de muchos kilómetros.
Asimismo es una zona en la que se evidencia una época del país en la que se han llevado adelante proyectos cuya utilidad bien puede ser cuestionada en el curso del siglo XXI, pero para opinar habría que haber vivido años atrás o preguntarle a gente que realmente sabe.
Y uno de esos proyectos locos, es el ramal La Plata – Lezama del FCS (Ferrocarril Sur, hoy Roca). La recorrida que encaramos quien escribe, Marcelo, Adrián y Nico tuvo como finalidad alcanzar la Estación Vergara de dicho ramal partiendo desde Bavio.
Dejamos Buenos Aires bajo una densa niebla y siendo media mañana nos internamos en el campo hacia el sur. Pasamos por lo que que era el desvio del FFCC Roca a los ramales a Verónica y Magdalena, en el que sobrevive lo poco que queda de un cabín de señales otrora activo.
Con viento en contra intenso cruzamos la Ruta 36 y tras habernos cruzado con unos chicos del grupo La Loma de La Plata que venían de pasar el fin de semana en Chascomús, dimos -a los pocos kms- con el terraplén perteneciente al ramal a Lezama.
Tras pasar por una típica escuela rural alcanzamos lo que alguna vez fue el apeadero José Ferrari. Sobreviven los carteles dentro de un predio apropiado. No hay otras construcciones vinculadas al ferrocarril salvo algunos galpones y menos aún atisbos de lo que podría llamarse “pueblo”. Solo la estación y la escuela en medio de la nada.
Ese panorama se presenta en otras postas del ramal en cuestión, tal el caso de la estación Poblet (ya visitada en otra oportunidad) y la de Vergara. De ahí lo extraño de este ramal que recorre zonas verdaderamente inhóspitas y que fue inaugurado en el mes de diciembre de 1914.
Ferrari no llegó a ser estación y se quedó en apeadero. No fue el destino de la siguiente parada: la estación Vergara. A este pintoresco lugar –que podemos calificar de pueblo por existir además de la estación un almacén, la escuela, una casa y una cancha de paleta- llegamos motivados por el hambre. Nos habían avisado que había fiesta y esa palabra en medio de la pampa significa carne.
La estación Vergara es rara. Un gran tanque de agua metálica, muchos vagones de chapa viejísimos reconvertidos en viviendas. Todo en medio de un tupido monte de eucaliptus. Gracias a la fiesta todos esos sectores volvieron a sentir la presencia de personas que estaban presentes para participar activa o pasivamente de carreras de sortija y otros disciplinas que uno asocia al campo profundo. Personajes que no se ven en Buenos Aires, ataviados en sus atuendos criollos, facón y altas cantidades de alcohol. Ante semejante cóctel me pareció acertada la presencia de un patrullero. El vino toraba, la sangría, un wiscacho de cuarta, y fernet que eran chupados en cantidades memorables y el promedio de un facón y medio per cápita pueden desembocar en una auténtica guerra gaucha.
La carne merece capítulo aparte. Esta siendo asada en cruz. Muy rica. Nos bajamos dos kilos de vacío y un cuarto trasero de un cordero entre los cuatro a mano y pan y con la única ayuda de una victorinox. El menú, variado: pan y carne. Nada más. La ensalada mixta como compañera natural del asado definitivamente es un invento porteño tan extraño en estas tierras como un gulash húngaro, una feijoada brasilera o el sushi japonés.
Anochece rápido y tuvimos que pegar la vuelta. Por suerte con viento a favor. En total fueron poco más de 100 kms. Extraña zona pero siempre rendidora.
Jorge